Salió a matar y la mató. Matar de la forma más cruel que una se pueda imaginar, atacando a la víctima indefensa sin mediar palabra. Un crimen atroz y premeditado. Una barbaridad cometida en plena calle, a la luz del día, en un parque público, expandiendo el horror mas allá de la muerte. Esto es lo que hizo el asesino de Lourdes, porque no tiene otro calificativo a estas alturas. Lo que ese hombre fuera antes ya es pasado y se queda en nada, porque lo que cuenta es lo que fue este martes al disparar a bocajarro contra la mujer con la que había tenido una relación, ya terminada hace unos meses, y lo que será a partir de ahora: el hombre que mató a Lourdes del Hoyo en Orio.

Ella estaba sentada en un parque, al parecer habían quedado para charlar. Solían quedar aunque ya no eran pareja. Algo normal cuando se acaba una relación de adultos, que en nada hacia intuir lo que esa aparente normalidad escondía. Una cita que fue mortal. En la espera leía un libro recién cogido de la biblioteca de la que era asidua, quizás también estaría revisando los mensajes de su móvil. Esos gestos cotidianos con los que van pasando las horas hasta que el tiempo se corta de pronto. Imposible pensar lo que el futuro le tenía guardado. El acababa de tomarse un café como si nada, como cada día, en el bar de costumbre cerca del banco del parque de la tragedia, al lado de un domicilio de su familia. Pero el sí sabía el futuro que tenía guardado, para él y para ella. Lo llevaba en la mano, escondido en una bolsa: una escopeta con la que había salido para matarla. Y la mató. Luego se quitó la vida. Tarde.

El dolor ya estaba en el aire. Imágenes brutales que incomprensiblemente se difundieron por las redes, como si detrás de esos cuerpos no hubiera una mujer, madre de dos jóvenes, que acababa de ser asesinada y quién sabe si sus hijos no recibieron también esas descarnadas fotos en sus teléfonos. ¿Qué queda después de todo esto? Una víctima más y la sensación de fracaso social. La tristeza de ver que todavía la violencia machista sigue enquistada en la sociedad. Que cada muerte es un retroceso que nos obliga a coger impulso para seguir avanzando con más fuerza para intentar que esta vez sí sea la última. Que hay hombres que siguen matando a las mujeres por el mero hecho de serlo, porque se creen superiores, porque no aceptan que ellas decidan, porque imponen el maltrato físico o psicológico para generar miedo. La violencia contra las mujeres es la expresión más brutal de la desigualdad entre mujeres y hombres, y hay que tratar de erradicarla con la fuerza de las leyes, con la educación, con el apoyo desde las instituciones, con la respuesta policial y judicial y con toda la sociedad en su conjunto para hacer fuerte el clamor social que acabe con los maltratadores. Ella tenía un libro en las manos, el una escopeta.