Con un vistoso desfile en Tinduf, el Frente Polisario celebró el pasado sábado los 50 años de su creación, a la que siguió, casi inmediatamente, su primera acción armada contra una patrulla de la policía colonial franquista. El acto sirvió para reafirmar la vocación del movimiento de seguir luchando por la independencia del Sáhara Occidental y para denunciar la represión incesante por parte de las fuerzas armadas marroquíes.

También hubo un mensaje directo y claro de sus dirigentes sobre lo que califican como “dejación de funciones” de España en su papel como “antigua potencia administradora” participante en los organismos internacionales que pretenden la resolución del conflicto. Se trata de una referencia específica a la decisión del gobierno español presidido por Pedro Sánchez de abandonar la reivindicación del eternamente aplazado referéndum de autodeterminación según las resoluciones de la ONU para aceptar el plan de Rabat de conceder una autonomía regional tutelada.

Un cambio de postura que, en su día, fue calificada como traición por el líder del Polisario y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, Brahim Gali. Más allá del giro español en la cuestión, la conmemoración sirve para constatar, desgraciadamente, que la solución al conflicto está muy lejos. La realidad es que Marruecos controla el 80 por ciento del territorio y que lo hace, en buena medida, gracias al uso indiscriminado de la fuerza y vulnerando sistemáticamente los Derechos Humanos. Todo, mientras la comunidad internacional muestra una tibieza creciente, como lo prueba que se puede dar por encallada la iniciativa auspiciada en 1991 por Naciones Unidas para solucionar el contencioso a través de un referéndum de autodeterminación.

A lo largo de estas más de tres décadas, buena parte de los gobiernos occidentales que apoyaron la vía de la consulta se han ido alineando con la fórmula de la falsa autonomía que pretende el régimen de Mohamed VI. La explicación a esos desmarques y a esos virajes es muy sencilla. Aunque no sea un socio deseable ni confiable, para la Unión Europea, Marruecos puede ser un dique de contención de los flujos migratorios y del integrismo islamista. Los intereses políticos chocan con las aspiraciones legítimas del pueblo saharaui.