Votación tras reflexión. Antes, semanas de promesas. A modo de catálogo provisional de futuros incumplimientos. Viejos compromisos y algunas ocurrencias. Anuncios de reformas legales, rosario de ayudas y subvenciones. Placebo para crédulos, verborrea de planes, bazar de falsedades. El tic-tac de un reloj apremiante para la presencia en el mayor número posible de lugares, y el Tik Tok de las nuevas formas de comunicación.

La chapa vibrante del mitin y la concisión del vídeo en vertical. No queda sector social sin beneficios. Hay para todos. Cantos de sirena por el oído izquierdo y por el derecho. Pero existe un segmento de la población olvidado en esa catarata de futuribles. Discriminado. Excluido. Numéricamente muy significativo: las personas calvas. España es el segundo país del mundo con más calvos. Un 42,6% de los españoles sufren alopecia, principalmente los hombres. Por causas genéticas y hormonales en el 90% de los casos. Un motivo natural asumido según la personalidad del individuo. La raíz de los folículos pilosos se debilita progresivamente, muere y el pelo no sale nunca más.

Los programas políticos ignoran esta realidad, con su carga estética y psicológica. Ni créditos blandos para la clínica de Cristiano Ronaldo, ni bonificaciones en Interrail para desplazamiento a Turquía, ni pócimas para frenar la caída o productos mágicos para recuperar cabello en la sanidad pública, ni financiación de postizos de pelo natural. Tampoco, vales de consumo para la compra de sombreros, gorros, boinas o cualquier complemento de camuflaje. Las ayudas prometidas en campaña han primado a los jóvenes y a los mayores, no así a la franja intermedia entre mediada la treintena y mediada la sesentena.

La calvicie genética, presente en todas las edades adultas. El retrato del antepasado dibuja el futuro estético del descendiente como un anuncio burlón y maléfico. Las personas calvas estamos discriminadas. Día de urnas. Igual no me ven el pelo.