Ni Mojácar, ni Melilla, ni el patético secuestrador de Aracena o el quinquillero canario. Lo que importa de verdad en este 28-M es quién sonreirá, al final, en Valencia. El resto son cloacas, artimañas fenicias, votos a precio de saldo, corruptos de barra de bar, bazofia en estado puro, camellos sospechosos. Escoria. Eso sí, para desgracia del PSOE, cicuta a sorbos. Una fatalidad. Realmente, cuando algo empieza a salir mal –aquellas malditas listas del estado mayor de EH Bildu– su devenir tiene tendencia a empeorar. El cierre de campaña ha sido un mazazo para sus expectativas, por cierto cada vez más ensombrecidas con el paso de los días. Esta insólita cascada de fechorías amenaza con pinchar mañana el globo del sanchismo para satisfacción de muchos poderes fácticos y a mayor gloria de un PP todavía absorto por la deriva suicida de su rival.

Apostar en las vísperas por una victoria de Feijóo a los puntos –mayor número total de votos– parece una obviedad en medio de tanta tropelía. Una fraudulenta compra de votos, por pequeña que sea, deja inane el anuncio de miles de pisos en alquiler, las entradas de cine sin fecha para los jubilados o las ayudas al aval bancario. Y, por supuesto, el folletín del secuestro andaluz pulveriza con todos sus aditivos espurios la más mínima expectativa, fagocitada por una resolución judicial que casualmente llega en las últimas horas de petición del voto después de tantos meses de investigación.

Desde luego, si los socialistas aguantan firmes tras este viacrucis calamitoso, sosteniendo algunas referencias estratégicas del mapa político, la derecha quedaría herida de muerte y desconsolada para mucho tiempo y con ella esa legión creciente que suspira por la caída a los infiernos del presidente del Gobierno.

Parecía un trapicheo vulgar las primeras sacas despendoladas de votos en Correos de Melilla. Acaso algo inquietante por ese tufillo marroquí siempre sobrevolando el mercado de la droga en los bajos fondos fronterizos. Parecía un simple sobresalto nada edificante para la izquierda. Además, ocurría allá, lejos de la Corte. Pero llegó Mojácar –por cierto, Félix Bolaños es agorero o el gafe le persigue– y la brecha empezó a sangrar. Era ya el impúdico retrato en blanco y negro de esos cabecillas sicilianos del pelotazo urbanístico, mercadeando como siempre favores deshonrosos, y con sus carnés socialistas en el bolsillo. A partir de ahí, el rechinar de dientes, casi sin tiempo entre el escándalo y la vergüenza para reponerse mínimamente de una vertiginosa desesperación, capaz de minar la moral más marmórea. En medio de la conmoción, en Madrid, los socialistas lloran por las esquinas. El alcalde de Sevilla no se cree el repentino golpe de mal fario. Y en Valencia, toda la izquierda contiene más angustiada el aliento sobre el desenlace.

Aquel Sánchez pletórico con Biden en el Despacho Oval jamás imaginó que un pájaro de mal agüero marchitaría su suerte de repente. En el viaje de ida le acompañaba el porte internacional, el acierto de su política social y la evidente recuperación económica española. A la vuelta, se ha quedado sin conejos en la chistera ante tanta perversión y es ahora cuando ver asomarse de verdad el lobo de la derecha. Sabía él que acarreaba el lastre de esa bola de fuego de los candidatos etarras que ha acabado por quemar una ingente intención de voto socialista. Incluso asumía con fundada desesperación la deplorable campaña de voceros del PP sobre ETA, incluidas las vergonzantes mentiras proféticas de Aznar. De hecho, el PSOE resistía este hostigamiento en todas las encuestas, hasta llegar agujereado a la jornada de reflexión y ver comprometida gravemente su suerte.

Tampoco el PP está libre de pecados en este infausto mercadeo, pero lo suyos se antojan veniales en comparación con la línea roja que marca el escabroso guion de Maracena, pistola simulada y Tinder incluidos. Andalucía puede teñirse definitivamente de azul este último domingo de mayo y sin que, curiosamente, influya un ápice en el voto la advertencia de la Unesco al gobierno de Moreno Bonilla por su polémica ley sobre Doñana. Frente a esta debacle, que encierra una clara tendencia para las generales, la izquierda querrá parapetarse obsesivamente en Valencia, el auténtico termómetro de la pelea electoral. Un apetitoso feudo que ha asistido al funambulismo partidista jamás conocido de la mano de Yolanda Díaz. La líder de Sumar, atrapada entre Podemos y su proyecto, ha sido capaz de animar al voto para dos partidos distintos entre la noche y la mañana siguiente.