Completar todas las piezas del puzzle de los pactos siempre es costoso. Dice Chivite que ha visto voluntad de acuerdo para reeditar la fórmula de coalición en el Gobierno de Navarra entre PSN, Geroa Bai y Contigo Zurekin. Es lo que han dicho también Uxue Barkos y Begoña Alfaro. Y es lo que ha dicho en las urnas una clara mayoría de navarras y navarros. Los mimbres sociales venían ya desde el cambio político de 2015 y han consolidado un modelo de gobernanza progresista sin exclusiones que ha dado buenos resultados a Navarra en aspectos claves como la cohesión social, la economía y el empleo y la convivencia, aunque en otros ámbitos derivados de la pluralidad de la sociedad navarra queda camino por recorrer. Pero cuando se trata de tejer acuerdos, el tono es importante. El tono y el lenguaje con que se expresan las convicciones que deben sostener los compromisos comunes. Si el tono y el lenguaje no transmiten confianza, sino desconfianza y beligerancia entre las partes responsables, el acuerdo corre el riesgo de estar hilvanado y no cosido de forma eficiente y que sus costuras vayan saltando por los aires desde el día posterior a su firma. Y si ya es complejo diseñar acuerdos para cerrar un Gobierno de coalición en un momento en el que la política vive tiempos extraños ante el auge de los discursos de la ultraderecha en el Estado y en toda la UE y con la creciente manipulación informativa con infundios y falsedades importadas desde Madrid como otro factor de desestabilización que también influye en Navarra, más lo puede ser cuando la mayoría parlamentaria democrática que garantice la estabilidad de esa fórmula depende de la abstención de EH Bildu. Las siglas de EH Bildu se han convertido en la zanahoria de la política en el Estado y el único argumento político y mediático de éxito –la agenda de los medios es unidireccional y está controlada por la derecha y la ultraderecha–, que ha jugado en las pasadas elecciones municipales y autonómicas. Y que puede volver a serlo en los comicios generales que vienen con alto coste para la posibilidad de renovar un Congreso en el que la suma de PP y Vox no sea mayoría. Una realidad electoral objetiva en la que, aunque no guste o no se quiera mirar, también ha tenido que ver la propia táctica electoral de EH Bildu, que le ha podido beneficiar en la campaña y en las urnas, pero le perjudica ahora en su posición. No creo que tenga que ver con una vuelta a los tiempos de la exclusión política interesada en Navarra ni menos aún con su realidad sociológica actual, que tenía asumido el modelo de gobierno de mayoría progresista y plural antes de las urnas y lo ha defendido en las mismas. Pero en Madrid se gobierna no para las decenas de miles de ciudadanos de Pamplona o de Navarra –que en conjunto somos muy pocos–, sino para 47 millones de posibles electores. Eso cuenta ahora, pero no exime a los responsables de tejer las costuras de los pactos –hoy la presidenta Chivite es la principal responsable–, de un tono y un lenguaje que abra puertas y no las cierre para intentar contentar inútilmente las necesidades mediáticas de Madrid. Y después de todo, no sé, pero a día de hoy veo más clara la abstención de EH Bildu que el acuerdo de Gobierno. Y si no, el 8 de octubre. La táctica es importante, la estrategia el objetivo.