La cita electoral del próximo 23 de julio se plantea de nuevo como un tour de force en favor de la movilización del voto. No van a jugar a su favor los intentos de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo con la mano de Vox de polarizar la elección en torno al liderazgo propio dada la diversidad de pensamiento que acredita en la ciudadanía del Estado el resultado del sufragio emitido el pasado día 28. Es preciso recordar, más si cabe desde la perspectiva de la realidad singular de los territorios forales, que en ausencia de un modelo presidencialista, la elección en ciernes lo es para configurar un Parlamento tanto más representativo cuanto más visibilidad obtenga en él la diversidad. De la acción democrática tendrán que salir un presidente y un Gobierno, pero de las urnas debe conformarse un órgano Legislativo bicameral. Luego se abrirá el terreno de juego de los consensos y el mutuo reconocimiento entre partes que propician los acuerdos de gobernabilidad. Tampoco cabe obviar que hay dos bloques muy nítidamente constituidos en la derecha –PP y Vox, tras la descomposición final de Ciudadanos– y en la izquierda –PSOE y la inevitable confluencia de las fuerzas a su izquierda– en el Estado. Dos bloques que serán tanto más sensibles al reconocimiento de las minorías, tanto más proclives a dotarlas de mecanismos de desarrollo de sus propias propuestas, cuanto más necesidad tengan de ellas.

Las bisagras son las que dan movilidad a la acción política. En el Estado, la rigidez de las mayorías absolutas ha sido esclerotizante; tanto más cuanto menos representatividad les otorga una reducida participación electoral. Desde la perspectiva de las fuerzas de sensibilidad e identidad propias en Navarra, la CAV, Catalunya, Galicia o Valencia, el reto es no verse engullidas por la pretensión de ocultar la diversidad de opciones. Sánchez pretende copar la atención de la ciudadanía con una suerte de play-off a seis partidos-debates con Núñez Feijóo. Este jugará a desgastar y a no equivocarse en tanto se sabe favorito pese a su condición de aspirante. Y debe saber también que su mayoría asociada a la ultraderecha de Vox le inhabilita como interlocutor para cualquier fuerza que se defina de izquierda, progresista o abertzale y vasquista. Entre esos dos extremos que pretenden magnetizar el debate es donde se desarrolla la vida política. Porque en los polos siempre acaba haciendo demasiado frío democrático.