Tenemos un problema con el pasado. ¿Qué ser humano o país no lo tiene? Y no lo resuelve eso que, a veces con mayúscula, llaman historia y tampoco la volátil memoria. Así que liberados de mitos nos queda el relato, la historia conveniente o la verdad líquida, parafraseando a Zygmunt Bauman.

En la tele es tarea del documental, viejo y actual formato en el que la narración se mueve entre “ha sido”, pretérito perfecto, y “fue”, pretérito indefinido, pasado remoto en otras lenguas. De estos modos diferentes de contar los hechos nos llegan dos relevantes piezas informativas. La primera se centra en lo que ha sido, pero que todavía es, porque se ocultó alevosamente. El corrupto periplo del emérito Borbón es un capital inagotable de noticias con su punto de morbosidad, pues los espías del Estado fueron alcahuetes del monarca y mafiosos intimidando a sus amantes. Nos lo cuenta en cuatro partes Juan Carlos, la caída del rey, original de la cadena británica Sky y producción alemana, una visión europea de la suciedad monárquica.

Quienes la defienden son tan impresentables como el delincuente Mario Conde, el cortesano Jaime Peñafiel y Aznar, del trío de las Azores, así como Philip Adkins, despechado ex marido de Corina. HBO prepara otro sobre Sofía, la patética emérita. Vean, vean. El otro documental, Supergarcía, es un relato en pretérito indefinido –fue–, certeza del pasado, y aborda la epopeya de José María García, quien lo fuera todo en la radio deportiva. Con su 1,63 y un narcisismo estratosférico llegó a lo más alto, pero terminó cocido en su propia salsa de agresividad frente a su competidor, José Ramón de la Morena. Lo encontrarán en Movistar+ en tres episodios. Nada fue igual después de García y hoy cenamos despojos como El Chiringuito, del mediocre Pedrerol.