“Que Dios reparta suerte...”. Con esta frase ponía Esparza punto final a los contactos entre UPN y PP para tratar de conformar a última hora una candidatura conjunta para las elecciones del 23-J en Navarra. Como conclusión política no parece decir mucho, pero, en realidad, lo dice todo. Esas horas de negociación y de intercambio de propuestas y contrapropuestas fueron solo una escenificación del epílogo de lo que era una crónica anunciada.

UPN y PP tenían de antemano la decisión tomada y no había margen para una vuelta atrás que reconstruyera una coalición electoral que Esparza había roto para los comicios forales y municipales de apenas 15 días antes. Quizá en otoño hubiera sido más fácil. Fueron posiblemente las presiones internas en cada partido, la demanda de los electores y por supuesto la presión desesperada de los poderes fácticos conservadores –indisimuladamente cabreados–, que reclamaban una lista entre ambos partidos para el Congreso y Senado como mal menor lo que pudo forzar esos movimientos de última hora que no tenían posibilidad alguna, porque ni UPN ni PP estaban dispuestos a ceder ahora sus posiciones. Que la razón pública de ese desencuentro haya tenido que ser precisamente el reparto de puestos en las candidaturas es el reflejo más desencantador posible para sus electores de cómo deambulan ahora las derechas en Navarra. Si algo molesta de la política a la opinión pública navarra, además de la corrupción y la ineficacia, es precisamente ese alarde indecoroso que muestra en toda su crudeza que la pugna por los acuerdos y pactos no se dirime tanto entre programas, ideas o propuestas, sino en el pillaje de los cargos y puestos. En efecto, la suerte ya está echada y que Dios reparta la suerte en albero electoral. Pinta muy buena no tiene otra vez. Y menos con la alcaldía de Iruña aún en el aire.

En todo caso, no es exclusivo esto de las derechas. En el lado contrario del arco político basta seguir el proceso desastroso y doloroso de la argamasa que han montado un buen número de partidos menores y grupúsculos alrededor de Sumar y con Podemos como convidado maltratado, vetado y casi de piedra. Amigo, son los puestos también. Es difícil de entender que personas cualificadas profesionalmente y con experiencia y se supone principios y valores de la cultura política de izquierda sean capaces de destrozar aquello que consideran imprescindible para frenar la corriente reaccionaria que recorre Europa y llega al Estado. No sé, pero temo que el coste de lo que ha ocurrido entre Podemos y Sumar en los últimos meses, un sindios impresentable a todas bandas, pueda tener consecuencias mucho más graves en el conjunto del Estado que la suerte que corran los afortunados colocados en puestos de salir. Quizá estaría bien que los partidos que aspiran a renovar los pactos en el Gobierno –y que tienen pendiente también Pamplona–, se miren en esos dos espejos y se esfuercen en coser bien las costuras de su programa y de sus prioridades y en blindar su compromiso con la sociedad para cuatro años ante lo que pueda llegar en unos tiempos que vienen de nuevo inciertos y confusos. Porque todo parece indicar que los cuatro años por delante posiblemente no tengan la misma potencialidad económica y presupuestaria de Navarra que en los últimos ocho años. Al loro.