Como ya se sabe, la Plaza de Toros de Pamplona ha cumplido 100 años y bien que se ha rememorado y festejado el histórico pasado del recinto más conocido y visitado de la ciudad, gracias a los Sanfermines. El coso fue inaugurado el 7 de julio de 1922, con una capacidad de 12.240 localidades, y lo construyó la Casa de Misericordia en terrenos cedidos por el Ayuntamiento de Pamplona gratuitamente y a perpetuidad. Desde entonces ha tenido diversas reformas, las más importantes destinadas a incrementar el aforo –fijado ahora en 19.720 localidades– pero no a procurar la modernización de las instalaciones. Por eso ahora es momento también de reflexionar sobre el porvenir de un inmueble anticuado, incómodo y de escasa rentabilidad social, pues está en desuso casi todo el año al haberse concebido sólo para celebrar unos festejos taurinos que fuera de Sanfermines cuentan en realidad con escasos seguidores.

De ahí que algunos no podamos olvidar, ni dejar de lamentar, la ocasión perdida torpemente por los primeros responsables: Gobierno de Navarra (Miguel Sanz, presidente) y Ayuntamiento de Pamplona (Yolanda Barcina, alcaldesa), antes de construirse el pabellón Navarra Arena (2009), para haber promovido con perspectiva histórica, sentido práctico y auténtica sensibilidad pamplonesa la construcción de un equipamiento polivalente que integrara la Plaza de Toros, el polideportivo de Navarra, el Museo de los Sanfermines y otros posibles usos como centro cultural, comercial y de ocio, con la Casa de Misericordia como cooperador necesario, naturalmente. Un ambicioso proyecto que viniera a remodelar urbanísticamente toda la zona y que arquitectónica y funcionalmente constituyera un referente singular de Pamplona y un gran atractivo turístico para la ciudad, comparable al efecto Guggenheim, o efecto Bilbao, tan anhelado por muchas ciudades con menos posibilidades que Pamplona. Y en un lugar privilegiado, en el centro de la ciudad, nexo de unión de dos barrios: Casco Antiguo y II Ensanche, para promover además la revitalización económica de ambos.

Incluso, medio en broma medio en serio, esa extraordinaria actuación habría permitido defendernos mejor de una hipotética –y nada desdeñable– reconversión taurina de Pamplona en el futuro, si continúa su progresión la sensibilidad de la sociedad en el respeto a los animales, el desapego de la juventud hacia los toros como espectáculo y la presión proteccionista de los ecologistas europeos... Y, quien sabe, si con San Fermín también cambiando de bando, harto de proteger siempre a los mismos para trasladar su amparo a las otras criaturas de Dios: los toros, protagonistas esenciales de la fiesta.