Erraron las dos partes. Todos somos fugitivos de ese octubre desafortunado de 2017. Unos levantando la porra, sentando a quien no debían en el banquillo, los otros forzando las costuras del Estado, exhibiendo impaciencia. Nuestra hora delicada lo que menos necesita es revanchismo, lo que más, altura de miras y generosidad. Cuando vuelan crueles misiles sobre la población indefensa ucraniana, podamos ser referente de resolución pacífica de conflictos. Este presente de bochornos no necesita batalla, esta España esperanzada no necesita ahondar en su pasado dolorido. No ganamos nada, perdemos nobleza y decoro persiguiendo a Puigdemont, retornando a ese momento triste y reciente de nuestra historia y del que todas las partes tienen pendiente su serio examen de conciencia. Con Puigdemont en las cárceles españolas no triunfa el Estado de derecho, se consagra el Estado vengativo. Damos un paso hacia una Turquía aún distante, que no hacia Suecia o Noruega. El expresident en la sombra del presidio sólo es una bomba para nuestra frágil convivencia, un obstáculo difícilmente salvable en la resolución dialogada y armoniosa del conflicto entre el Estado y Catalunya, por el que tantos apostamos. Nadie debería alegrarse con la foto del expresident con las manos esposadas, camino de la celda. A quien le satisface la imagen puede tener un serio problema dentro. Vuelva Puigdemont a su hogar, tras largo exilio; volvamos los ciudadanos y ciudadanas a encarar una realidad ya de por sí desafiante, a afrontar los problemas serios, verdaderos, no los que dibujan particulares inquinas.