Lo mejor del Campeonato mundial de fútbol en Qatar ha sido su renovación parcial, en el fútbol, del espíritu de las Olimpiadas griegas, primando la paz sobre la guerra, expulsado al agresor -hoy Putin- y no dando como vencedor al participante más poderoso, como entonces a Nerón, ni tampoco al país más fuerte.

Qatar ha puesto también al desnudo lo peor, la corrupción del país organizador, al que su deseo de blanquear su imagen le ha salido por la culata, desde sus mordidas para ser la sede, hasta los miles de muertos al montar sus estadios y algunas sus injustas, tiránicas e incluso inhumanas costumbres.