La Navidad cristiana es el nacimiento de un pobre. Esto no interesa ni a los autodenominados cristianos. Lo que vivimos es una Navidad pagana, capitalista, de comidas pantagruélicas, consumo desorbitado e hipocresía familiar. Este año será una Navidad post pandémica. Pero la pandemia sigue: la pandemia de miles de viejos asesinados en residencias de pingües beneficios sin control gubernamental, la pandemia de los trabajadores esenciales -principalmente cuidadoras, limpiadoras, cajeras-, a las que no se les sube el sueldo ni se les da la medalla de Navarra; la pandemia de quien no tiene casa donde confinarse, la pandemia de quien viene a ocupar el puesto de quien ha muerto. Las múltiples y desoladoras caras de la pandemia son la Navidad. Antes ya existían, pero ahora las vemos mejor. Cabalgatas, belenes, Olentzero o Papá Noel nada tienen que ver con la Navidad cristiana. Son fetiches machistas, meras réplicas de la familia tradicional burguesa -nada sabemos de la de Jesús-, ritos idolátricos masculinos del objeto y la apariencia que opacan el sentido de la Navidad creyente: la filiación divina.

La proliferación indecorosa de luces nos advierte de la mentira de la transición energética y de la negación del cambio climático. Otra pandemia navideña. Papa Francisco: “Sin pobres no hay cuerpo de Cristo”. De ahí nuestra incorporeidad.