¡Osasuna en la final de la Copa del Rey! Hito histórico para el Club y la afición. Alegría, ganas enormes de un partido precioso, fiesta, emociones.

Pero, la víspera, por la noche, en un bar sevillano, a pocas manzanas de donde el 30 de enero de 1998 ETA asesinó al concejal del PP Alberto Jiménez Becerril y a su mujer Ascensión García de sendos tiros en la nuca, suena una conocida canción (no entro a valorar su letra) cuyo estribillo dice así: “Estás asustado, tu vida va en ello, pero alguien debe tirar del gatillo”. Al final de estas letras en el bar se escuchan con claridad algunas voces que cantan: “ETA, ETA, ETA, ETA, ETA”. ¡Tremendo!

Sábado por la tarde. La Plaza del Castillo y sus calles aledañas presentan un ambiente festivo espectacular que recuerda mucho al ambiente sanferminero. Gente de todas las edades, pantallas para ver el partido, música, mucha alegría. Sin embargo, en un momento dado de la fiesta, vuelve a sonar el estribillo y, nuevamente, un grupo de personas corean esas fatídicas siglas. A escasos metros, Tomás Caballero ejercía en el Ayuntamiento como concejal hasta aquel fatídico 6 de mayo también de 1998.

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Gran ambiente en el Casco Viejo el día de la final Iban Aguinaga

No hay ninguna duda de que prevaleció la fiesta, el buen ambiente, el civismo y la buena voluntad, pero no debemos obviar esos cánticos. Especialmente, y es lo que más me preocupa, si fueron coreados por personas que no saben lo que tararean.

Conozco jóvenes de nuestra ciudad que han vivido una experiencia única. Han podido escuchar a cincuenta protagonistas de tanto sufrimiento. Han podido conocer qué se vivió en esta tierra y en nuestro país. Estos jóvenes que, en su día, también por inercia y desde el desconocimiento repetían estas siglas al final del estribillo, en algunas fiestas de pueblos o en lo Viejo de nuestra ciudad, son los mismos que se escandalizaron el viernes y el sábado en Sevilla y Pamplona. ¡Aquí se abre camino para la esperanza! La esperanza de que, si se conoce, combatiremos su posible repetición.

Tenemos el deber de que las generaciones más jóvenes sepan qué ha pasado; que conozcan desinteresadamente la verdad. Y, cuando lo sepan, estas siglas no se volverán a tararear nunca más.

*El autor es profesor