Al séptimo día, después de convertir la consulta del médico de cabecera en algarabía, los eruditos de la sanidad biopsicosocial descansaron. A la mañana siguiente, al ver el colapso originado, reanudaron sus trabajos; las consecuencias se resumen en la conocida recomendación: “no te molestes en pedir cita, vete a urgencias que allí te lo hacen todo”.

Hace algún tiempo, cuando todavía pasaba una consulta por la mañana, escuché a una compañera decir que allí hacemos lo mismo que en urgencias. Patidifuso ante la aquiescencia de los presentes, me pregunté si alguno habría oído hablar de la Conferencia de Alma Ata. En otra ocasión, en un debate en torno a la organización de un punto de atención continuada, me sorprendió el poder que le otorgaban al responsable de urgencias de la comunidad, “manda más que la gerente”. Por fin, la semana pasada, dos directores de sendos centros de salud me expresaron la misma preocupación: “¿Pero esto qué es? están sacando a los médicos de los centros, os vais todos a urgencias.

Los centros de salud se inventaron en la Conferencia Mundial de Alma Ata de 1978, con el fin de organizar la atención primaria en torno a la prevención. Esto es importante porque cuando uno trabaja en un sitio debería saber a qué se dedica, por ejemplo, que el noventa por ciento de la gente que acude a un centro de salud está sana, pese a lo que nos cuentan los tres representantes de las farmacéuticas que nos visitan cada mañana para, a base de demagogia, convertir la prevención en pastillas y a los médicos y enfermeras en prescriptores, tanto de pastillas como de dependencia. La de las multinacionales es una presencia clave para entender la obsolescencia por desfalco de la sanidad pública, como lo es la inoperancia de gestores, que no sólo la permiten sino que la fomentan desde sociedades seudocientíficas. Está claro, si nos dedicamos a producir enfermos, alguien debe asistirlos, por ejemplo, en urgencias. A veces nosotros mismos.

El trabajo en urgencias tiene numerosos atractivos: económicos, de horario, y sobre todo el poder hacer medicina y no el batiburrillo decepcionante de las mañanas. Pero como ya se puso de manifiesto en el año 1978, el priorizar la atención a demanda crea pseudoenfermos y aumenta las dependencias, como bien saben las farmacéuticas. Una política responsable implicaría revitalizar la actividad médica en las consultas del Atención Primaria (pieza clave de sistema según los políticos en campaña) eliminando la parafernalia de todo tipo que las ahoga. En cuanto a la urgencia, en lugar de promocionarla, debería limitarse el abuso, mediante sistemas moderadores y de triaje realmente resolutivos y no generadores de más demanda, como el actual. El Estado no debe satisfacer la demanda insensata de una sociedad consumista.

Tal vez así, los esforzados estudiantes vuelvan a encontrar atractivos en la maravillosa profesión que era ser médico de cabecera.

El autor es médico de familia (SUR de Etxarri Aranatz)