La vida del ser humano se va despejando con el pasar de las hojas del calendario y en estas calendas presentes atacamos el tramo final del año en curso, y nos preparamos para afrontar el tramo gozoso de las Navidades, bueno, gozoso para algunos y pesado y machacante para otros. Es como el eterno retorno de ciclos vitales asentados en el uso social del tiempo en el arranque de milenarias sistemas primitivos que se plantearon la necesidad de organizar la unidad del tiempo, en fragmentos controlados por siembras, cosechas, fiestas religiosas y otros hitos del humano devenir. Son períodos señalados en el transcurso del año, gran separador de las experiencias humanas en sociedad. La inteligencia clásica griega construyó un sistema de paso del tiempo que heredaron los romanos y se extendió por el Occidente hasta nuestros días y se convirtió en elemento de civilización. Y desde entonces, el tiempo ajustado a un calendario acompaña el devenir de las sociedades que pautan el devenir de los días, meses y año al latido del transcurso del humano tiempo. En nuestra sociedad mediática, los tiempos marcan las costumbres y modos de organizar la vida en su variado devenir. Las propuestas televisivas a lo largo de los tiempos de una temporada mediática marcan comienzo y final de retransmisiones deportivas, eventos sociales, y otros acontecimientos que se ofertan en las parrilla de las televisiones generalistas y que en el caso de las Navidades perfuman estas de fechas de un sentimiento específico y grupal que hace de las navidades tiempo para un modo específico de hacer televisión. Diciembre se tiñe de color, sonidos y sensaciones compartidas en una tele entrañable, consumista y fraterna.