Con ERC y la muleta ocasional de EH Bildu, a Pedro Sánchez le sobra para gobernar España. Dejadme solo parece decir. Lo hace hoy y, al paso que lleva el PP, también mañana. El otro lado rezuma caspa, odio y muchas voces dan miedo. Porque lo intuye mejor que nadie, el presidente se siente seguro, triunfante, reconocido en Europa y engreído como siempre. Bien sabía él lo que decía cuando advirtió que iba a por todas. Presupuestos, Catalunya y Poder Judicial. Todo de una tacada, que el pueblo sigue distraído dando vueltas a lo de Luis Enrique y Qatar. En menos de un mes, adiós a la sedición, a ver si cuela esa malversación light para blanquear de una vez el procés aunque algunos en el PSOE se tapen la nariz y, desde luego, que se aten los machos esos jueces díscolos. La despedida de año augura una traca legislativa de voltaje incendiario. Eso sí, nada que intimide la inagotable osadía presidencial. Y mucho menos los ecos del quejío constitucionalista. La Transición del 78 empieza a ser un retazo de historia.

El Código Penal se antoja un descarado instrumento político en manos de Sánchez y Rufián. Otro tanto ocurre con la Constitución, que ahí está pasando de mano a mano sin que a nadie le importe hacerla más de un feo. De momento, bajo el libre albedrío del catón judicial se va a perdonar los pecados del agua de borrajas resultante de aquella entusiasta rebelión independentista catalana. A su vez, incumpliendo de manera flagrante la Carta Magna a la que dicen reverenciar, el PP se blinda de sus pecados ante las togas progresistas con inadmisibles argucias rocambolescas. Unos y otros blindan sin ruborizarse sus intereses más bastardos aprovechándose del desafecto ciudadano, hastiado posiblemente de este mercadeo partidista y mucho más inquieto por los efectos de la menguante capacidad adquisitiva de su sueldo.

Bien podría ser considerado Sánchez un temerario con su adhesión voluntarista a la amnistía descarada que ERC pretende sin tapujos para los encausados en aquella revuelta parlamentaria del 10-O de 2017. Basta con tomar el pulso a muchos de sus diputados y cargos regionales, asustados por las consecuencias irreparables en las urnas. Pero hay también quien lo encumbra como el caballero andante de la paz por la vía del diálogo como única salida posible a la cosificación catalana. Ahora bien, cabe convenir que antes de entregarse sin levantar la voz a la voluntad caudillista de su actual líder, jamás nadie en el PSOE imaginó semejante cesión al independentismo. Ese mismo partido que se entregó decidido y en favor de la unidad de la patria a la aplicación del 155 enarbola ahora una conversión solo comparable a la de Saulo al caerse de su caballo. En corto y por derecho: el Govern de Puigdemont no malversó al usar dinero público de los catalanes de todas las creencias políticas para sus particulares fines propagandísticos del independentismo. Aún más claro: cómo articular un precepto judicial que exonere a unos 40 ex altos cargos de la Generalitat que se entregaron a la causa de la implantación soberanista disponiendo a su antojo del Presupuesto de Catalunya. Ahí se condensa el órdago de Rufián para mantener su apoyo a Sánchez. Todo lo demás son florituras y cantos de sirena. Cuando lo escuchan, en muchas Casas del Pueblo se mezclan escalofríos y resignación.

Así las cosas, aquella voluntad legislativa del PP en 2015 para sacudirse de la corrupción que le acechaba con olor pestilente camina hacia el degolladero. Eso sí, lo hace bajo la lupa de políticos y juristas y la consiguiente suspicacia generalizada. Se antoja descarado en el fondo y en la forma; por quien lo propone con inusitado interés y por quien acepta complacido semejante riesgo; incluso en el tiempo que ocurre, precisamente ahora y ni siquiera, por ejemplo, dos, tres o cuatro años antes cuando Junts tenía la vara de mando. Con las luces largas, asistimos indudablemente al esbozo de un nuevo tiempo en los vasos comunicantes del puente aéreo que dejan atrás la tenebrosa confrontación dialéctica e, incluso, policial. ERC y PSOE (PSC) comparten el diagnóstico, les separa buena parte del tratamiento (referéndum, pero todo se andará) y solo les queda por encajar la repercusión. En su aislamiento, el resto de la familia independentista rabia por el alcance de la ciaboga que les ningunea y solo queda por comprobar la dimensión de su pataleo. Ocurre otro tanto en esa legión de españoles que jamás aceptarán la mano tendida de la convivencia territorial entre diferentes.