El Campeonato del Mundo de Fútbol, popularmente conocido como Mundial, es desde hace décadas uno de los acontecimientos más multitudinarios y mediáticos que se celebran y es seguido por millones de personas a lo largo y ancho del globo. Su repercusión trasciende con mucho lo meramente deportivo o de alcance de gran espectáculo y tiene importantes derivaciones económicas, sociales, identitarias e incluso políticas.

El Mundial que arranca en Qatar tiene, con todo, características que lo hacen muy especial. Es habitual que la elección del país sede de este campeonato tenga un halo de polémica en el que juegan un papel clave los fuertes intereses políticos, económicos y geoestratégicos y la capacidad de influencia de los estados aspirantes.

La designación de Qatar por parte de la FIFA ha sido objeto desde el inicio de críticas que lo han puesto bajo la sombra de la sospecha. Su concesión ha recibido verosímiles denuncias de sobornos, que se repiten ahora sobre los jugadores de Ecuador de cara al partido inaugural. Desde ningún punto de vista -ni deportivo ni desde la ética de la política internacional, ni siquiera desde lo climatológico- el país árabe puede ser un lugar idóneo para celebrar un evento como el Mundial. Un país que no respeta los más elementales derechos humanos, que no reconoce ni acata los derechos de las mujeres, que persigue incluso con la pena de muerte a las personas LGTB, que vulnera las mínimas condiciones de las decenas de miles de trabajadores extranjeros que han sido utilizados como mano de obra barata o forzada en la construcción de las instalaciones e infraestructuras necesarias para celebrar el campeonato -se calcula que cerca de 6.500 de ellos han muerto debido a estas duras situaciones-, sospechoso de apoyar financieramente el terrorismo islamista y que mantiene un control férreo sobre su población y la información no merece ser sede de un Mundial.

El silencio de la FIFA sobre estas cuestiones y denuncias es escandaloso e intolerable, actuando incluso de forma cómplice mediante limitaciones a las selecciones, impidiéndoles portar lemas o símbolos que pongan en evidencia la situación de Qatar. Cuando mañana el balón empiece a rodar hasta el 18 de diciembre, el espectáculo colorista y la pasión del fútbol no pueden ni deben obviar u olvidar esta realidad.