Soy de es generación que participó en el referéndum sobre la integración del Estado español en la OTAN en marzo de 1986. Como la mayoría de las navarras y navarros voté que no, aunque eso no impidió el triunfo global del sí y España pasó a formar parte de la estructura militar de la Alianza Atlántica. Por cierto, con dos condiciones que nunca se han cumplido. Volvería a votar no. Desconfío de la OTAN, de su belicismo y de los objetivos que dice defender. Nació como instrumento de defensa disuasoria frente al expansionismo soviético tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría que le siguió, pero desaparecida la URSS las funciones de la OTAN derivaron hacia una función policial y militar de salvaguarda de los intereses de Occidente, especialmente de EEUU, en el mundo.

En este sentido, su historial no es muy edificante ni política ni éticamente. De esos barros, estos lodos. Operaciones que han dejado por todos los continentes un reguero de miles de muertos, víctimas inocentes muchos de ellos, matanzas indiscriminadas de niños, mujeres y ancianos. La imposible contradicción que supone lo que la misma OTAN denomina con el eufemismo indigno de víctimas colaterales en nombre de la democracia y los derechos humanos. Como desconfío de esos foros que reúnen a los poderosos para celebrar cumbres donde se rediseña el futuro de los ciudadanos y ciudadanas. Mucha parafernalia, grandes cenas y almuerzos, sonrisas, abrazos y palmaditas en la espalda mientras se adoptan acuerdos y decisiones que van a afectar al futuro y la vida de millones de personas. Están muriendo ucranios y rusos y la fiesta en Madrid es de oropel y corazón rosa.

No es casualidad que sólo dos días antes de la reunión de los 30 países de la OTAN en Madrid se hubieran encontrado los siete presidentes del G-7, los países más poderosos económicamente del bloque occidental. Se trata de eso, de una regresión al pasado –que quizá nadie imaginábamos–, y a la situación de confrontación entre bloques. Porque las exigencias de aumento del gasto militar y el lenguaje belicista que ha animado todas las intervenciones públicas marcan un camino de futuro a los sones de los tambores de guerra. La OTAN ya ha señalado al enemigo, no e sólo Rusia. También China. Y todos sus aliados en el mundo. Destruimos nuestro sistema productivo para abaratar costes y la moneda ha caído ahora de cruz para Occidente. Si la anterior Guerra Fría tenía en alguna medida un componente ideológico, esta apunta a una pugna de poder por el control de los recursos naturales y las materias primas, en especial aquellas que son fundamentales para la supervivencia del ser humano –alimentos, agua y energía–, y las rutas comerciales.

La guerra es un gran negocio. Y Madrid inaugura una época de confrontación mundial que abre la puerta al riesgo de una tercera Gran Guerra. Por eso, me asusta la ausencia de una sola voz discrepante con el pensamiento único y la exclusión de la ciudadanía europea de unas decisiones ya adoptadas mucho antes de esta cumbre de la OTAN. Ni un sólo dirigente europeo en cada cumbre de estas es capaz de defender los intereses de los ciudadanos con un camino diferente. La apuesta por el diálogo parece haber pasado a formar parte del pasado. Ni se le esperaba en Madrid. Un paso atrás para la Humanidad.