Admiro a Juan Carlos Unzué. No lo seguí muy de cerca en su brillante trayectoria deportiva, y ha tenido que ser una enfermedad como la ELA la que me ha descubierto a la persona que es, más allá del futbolista que fue. Sus palabras, su sonrisa su compromiso, su entereza, su aplomo, el amor que desprende, sus ganas de vivir son un soplo de vitalidad en medio del temporal del día a día.

Admiro su valentía, paciente como buen portero, sabedor de que el recorrido del balón no se puede predecir nunca del todo. Admiro su discurso comprometido y reivindicativo, su fuerza, su ilusión, su apoyo a quienes como él pasan por una enfermedad tan dura. Y desde esa admiración, que hoy seguro se hará extensiva a miles de pamploneses y pamplonesas, creo que es la mano acertada para prender la mecha de este Chupinazo tan especial. El que abre las fiestas después de casi tres años, demasiados meses marcados por la enfermedad, la muerte, la incertidumbre; meses sin aire en los que la fiesta no ha tenido espacio ni razón de ser.

Ahora sí toca vivirlas, con cautela, pero con la intensidad y las ganas con las que seguro hoy Unzué vivirá uno de los momentos más mágicos de su vida. No es una final, no se disputa la liga, no tiene un estadio a rebosar pendiente de él, pero hoy se juega algo muy grande. Lo dijo él y no se puede decir mejor: “el Chupinazo no se entrena; como en los penaltis hay que esperar al momento”. Y ese momento, por fin, 1.087 días después, ya ha llegado. Quizás nos pillen desentrenados, pero todo es ponerse. 

Que sean unas felices fiestas para todos y todas.