“Expresión del sentimiento navarro de la ciudad”. Así calificó el otro día el alcalde de Pamplona, Enrique Maya, a la monumental bandera que, por instancia suya, ondea desde la semana pasada en la plaza de los Fueros de nuestra capital. No sabía que el tal sentimiento estuviese en entredicho, pero desde su privilegiada atalaya algo habrá oteado nuestro primer edil cuando tanto ha porfiado en esta decisión. Mucho se le ha criticado su empeño. Que si el elevado coste. Que si la torcida intención de tapar con metros cuadrados de tela las kilométricas vergüenzas de una legislatura mortecina y fallida. No han faltado ojos aviesos que han querido ver en la solemne izada la exportación del modelo Ayuso de banderas y cañitas, aprovechando la casualidad de la multiplicación de barras en la plaza del Castillo. Cuánta incomprensión por parte de tantos. Quizás tendría que seguir callando, pero no puedo hacerlo. Ahora lo sé y debo desvelarlo. Enrique Maya nos ha engañado a todos, empezando por los suyos, los pretendidamente suyos. Era evidente, pero nadie se había dado cuenta. Revisen las fechas y saquen conclusiones. La izada de nuestra más preciada insignia, donde nos reconocemos todos los bien nacidos de esta tierra, se realiza nada más y nada menos que un día antes del 501 aniversario de la batalla de Noain y muy pocos después del medio milenio de la gesta de Amaiur, los dos hitos que jalonaron la pérdida de nuestra llorada independencia. Y todo por impulso de alguien apellidado Maya, castellanización del nombre de Amaiur. Casualidades, las justas. Aunque lo parezca, lo parezca mucho, no es Madrid el espejo donde se mira nuestro alcalde. Quién lo iba a decir, Nafarroa berriz altxa tiene su infiltrado en las instituciones. Se llama Enrique Maya. Enrique Amaiur. Quizás sea él quien nos acabe devolviendo aquello que perdimos.