Estamos cerrando ya un verano que se recordará en Navarra como uno de los más calurosos de los últimos 50 años, seguramente empatado con el del 2003. Pero, ¿serán así todos veranos del futuro? Hemos oído en los últimos meses que este será el verano más fresco de nuestras vidas, pero ¿tiene algún fundamento este pronóstico? A nivel global, es decir, teniendo en cuenta el comportamiento en promedio de la temperatura en el conjunto del planeta y cerca de la superficie, es perfectamente posible que esa afirmación se cumpla si atendemos a la evolución al alza de los últimos años. En el conjunto de las masas continentales del hemisferio norte, nueve de los últimos diez veranos han sido los más cálidos desde que hay registros, especialmente los de 2017, 2020 y 2021. Además es muy posible que el de 2022 los supere con creces. En la península ibérica hemos vivido tres olas de calor, siendo las de junio y julio históricas, por la intensidad y duración, y también por su prematuridad en el caso de la de junio. Pero aún ha sido mucho peor en otras partes del hemisferio norte como la península arábiga, la India, el sureste de China o zonas del sur de los Estados Unidos. De la ola de calor que azota al gigante asiático se estima ya que es la más extrema y nociva de todas de las que se tiene constancia atendiendo a las consecuencias y afección que está teniendo sobre millones y millones de personas. En la región oriental china el aumento de la demanda de energía para refrigeración ha llevado a limitaciones y restricciones, así como a paralizar la actividad industrial y procesos de fabricación que son críticos ahora mismo como la producción de baterías de litio y semiconductores. Al mismo tiempo, la región afectada depende en gran medida de las presas y centrales hidroeléctricas para generar energía, que cuentan con poca agua, acentuando la escasez de una electricidad que es clave para el abastecimiento a las importantes áreas industriales de la costa oriental.

Por tanto, globalmente es razonable pensar que los próximos veranos puedan ser tan cálidos o más todavía. Ahora bien, eso no significa que en todas las regiones suceda así ya que por definición el clima es variable en distintas escalas y zonas geográficas y un promedio global filtra esa variabilidad. A nivel estatal, seguramente no todos los veranos que están por llegar sean más cálidos que este, dependerá de elementos atmosféricos y oceánicos a escala regional aunque es cierto también que el arco mediterráneo es una de las partes del planeta que mayor ritmo de calentamiento tiene asociado en la estación de verano. Por tanto, tiene sentido pensar que no todos, pero si habrá muchos estíos parecidos a este, incluso más calurosos.

Más allá de que las temperaturas alcancen récords, del calor extremo nos preocupan tres cosas: primero, su impacto en una variedad de sectores, desde la salud de los ecosistemas y también la de las personas, en forma de agravamientos de patologías y excesos de mortalidad de miles de individuos, a la alineación con otros elementos meteorológicos, naturales o de la gestión del territorio, que puedan dar lugar a fenómenos como potenciales incendios con efectos devastadores. 2022 es ya con gran diferencia el año en el que se han dado un mayor número de grandes incendios forestales, es decir, de más de 500 Ha. Es así en Navarra, con tres incendios forestales de miles de hectáreas y otros tres de cientos entre el 15 y el 20 de junio. Pero también a nivel estatal, donde ya este año suponen el 85% de la superficie calcinada, contabilizando más de 250.000 hectáreas, algo inédito. Lo mismo se podría decir del estado de Alaska, aquí ya son millones de hectáreas, tras condiciones de calor y sequedad anómalas en mayo y junio, propiciadas por trayectorias de masas de aire procedentes del sur mucho más frecuentes. En segundo lugar, su persistencia, que no sean episodios de un par de días, sino que la duración se prolongue varias semanas seguidas. Y por último, que el calor aparezca fuera de su temporada habitual, es decir, en nuestro caso sobre todo de los meses de julio y agosto. Las temperaturas entre el 10 y el 25 de mayo de este año fueron de plena canícula. Aunque a algunos les resulte muy agradable no es sinónimo de buen tiempo. Como tampoco fueron los casi 25°C de los últimos días de diciembre del año pasado en algunas estaciones de la vertiente cantábrica.

Buena parte de los que nos dedicamos a analizar y proyectar datos de redes, modelos y escenarios climáticos, así como a asesorar sobre su uso a responsables de la administración estatal y autonómica, investigadores o gestores de proyectos sabemos que lo que observamos a nivel mundial, muy especialmente en los últimos 3 años, no es lo que comúnmente llamamos normal pero si sigue la línea de lo esperado de acuerdo a las proyecciones de los modelos. Algunos incluso creemos que de no haber una adaptación muy sustancial, rápida y efectiva al calor y a los efectos con los que se relaciona, las cifras anteriores de exceso de mortalidad y superficie calcinada por los incendios podrían aumentar un orden de magnitud en unos años.

En realidad, nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrirá en el futuro. Quizá no todo sea tendencia al calentamiento. Tal vez se implanten soluciones de geoingeniería en las próximas décadas que consigan equilibrar balances radiativos y potencien enfriamientos a nivel local. O puede que una de las posibles respuestas regionales a los cambios que ya se están produciendo conduzca a un clima no más cálido, sino mucho más frío en la fachada atlántica europea (es una posibilidad a largo plazo). Pero de lo que si que estamos bastante seguros es de que nuestro clima ya no es el de hace unas décadas. Hemos comprobado como todo se extrema y desajusta, precipitaciones e inundaciones, olas de calor, incendios e incluso también episodios de frío y nevadas. Insistimos en que la adaptación y la concienciación de riesgos al alza en relación con el clima tienen que ser una de las prioridades en todos los niveles y protagonizar muchas más reflexiones y mesas de debate entre todos los actores involucrados.

El autor es delegado de AEMET en Navarra