Que la situación internacional cada vez está más complicada ya no lo discute nadie.

Tampoco si miramos a nuestro país la cosa está para alegrías. A los males generales que sacuden especialmente la UE, se le añade la confrontación brutal entre una izquierda en el poder y una derecha que no admite que, siendo su estado natural el ordeno y mando, en estos instantes no ocurra así.

En un complejo instante donde sería obligatorio el entendimiento, incluso unos II Pactos de la Moncloa (vaya sorpresa me he llevado que después de tantos años de divergencias, por una vez Felipe González opine como yo), hasta para una cuestión como la renovación de obligado cumplimiento del CGPJ persiste la lucha a muerte, el morir matando.

Si se tenía esperanza de que un Feijóo sensato al frente del PP podría evitarlo, hemos podido comprobar en la práctica que sigue a pies juntillas la dirección marcada por Isabel Díaz Ayuso.

Aunque debería aplicarse el dicho de que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”, viendo a Liz Truss y el lío conservador del Reino Unido.

Además, la luz roja está encendida porque todas las previsiones marcadas por las encuestas, menos el CIS de Tezanos, indican que 2023 podría ser favorable a esa derecha extrema echada al monte, que tiene muy claro que gobernará de la mano de la extrema derecha si como parece es necesario.

Tanto en municipales, autonómicas o generales puede ser un negro año para las izquierdas, especialmente si continúan haciendo el tonto con cuestiones como la Ley trans, o los continuos navajazos que se dan por la espalda en el seno de un gobierno que tantas dificultades constó conseguir.

Que las jovenzuelas que dirigen Podemos, en contra del sensato criterio de quien debía ser su líder, Yolanda Díaz, vuelvan a ziriquear resucitando de nuevo la candidatura de Victoria Rosell para el CGPJ, es una insensatez de libro.

O quizá, como señalaba Lenin; “izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”.

La izquierda y su habitual cainismo.

Pero se les debería caer la venda de los ojos para poder observar lo que va ocurriendo primero casi en Francia, luego Suecia, hace unos días Italia y Gran Bretaña, y ahora puede ser España.

Un oscuro panorama para esas izquierdas y la parte de la sociedad más necesitada y vulnerable, últimamente la mayoría.

Afortunadamente, a la hora de terminar esta reflexión llega una buena noticia. Parece que los presupuestos para 2023, los más expansivos y progresistas de la historia, pueden salir adelante gracias a los votos de ERC, PNV y Bildu más la ayuda de BNG y NC.

Esperemos que las negociaciones posteriores para su definitiva aprobación, la altura intelectual de todos ellos de cara el acuerdo final, que estén a la altura de unas circunstancias en las que pintan bastos.

Que entiendan tienen una responsabilidad fundamental ante su base social, ya que la alternativa en un momento histórico tan complejo sería terrible.

De momento España parece una isla mientras Italia ve que le gobierna la extrema derecha, el RU se desangra y Francia se enfrenta a una profunda convulsión social.

No obstante da la sensación de que hacemos equilibrios al borde de un abismo inmenso, intentando no despeñarnos por él.

Veremos si lo conseguimos...

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE