El pasado 22 de octubre el editor José María Esparza publicaba un artículo en el que recreaba un acto electoral de izquierdas acontecido en su ciudad natal de Tafalla. Al tomar la palabra una mujer –infiero que de una edad no lejana a la jubilación y trabajadora en el sector de los cuidados–, revelaba su precaria situación y su incertidumbre ante el futuro preguntando a los asistentes, “¿Qué hacemos con la inmigración?”.

Por lo visto, los ponentes no fueron capaces de ofrecerle una respuesta convincente, lo que generó un cierto recelo hacia esta mujer y su incómoda pregunta. Este contexto es aprovechado por el autor para hacer un alegato en contra de la inmigración masiva y las causas que la originan. Se limita a ofrecer a su vecina una versión edulcorada del manido “vienen a quitarnos el trabajo” como explicación de su situación, dando por bueno que inmigración y deterioro de las condiciones laborales son todo uno.

Sin embargo, el estancamiento de los salarios reales es un fenómeno que precede a la recepción de inmigración y obedece a otras causas.

Critica una alarmante falta de soluciones sin que él mismo aporte ninguna, más allá de un vago recurso a las “políticas en el país de origen”, que no es sino un brindis al sol para calmar nuestras conciencias.

La particular trayectoria del señor Esparza le lleva a analizar todos los fenómenos sociales y económicos desde el prisma del imperialismo y los procesos de descolonización. No soy historiador ni estoy en posición de debatir su importancia en los fenómenos migratorios, pero no puedo dejar de mencionar lo desafortunado que resulta el artículo en su conjunto.

Empecemos por lo que el autor obvia: la situación de la señora es objetivamente mala. Trabaja en un sector feminizado y precarizado, de naturaleza no deslocalizable y que, con requerimientos formativos medios-bajos, la convierte en una presa fácil para ser una perdedora de la globalización.

Desde finales de los 70 se han dado una serie de tendencias estructurales (como son la desregulación, la creciente captura de los excedentes por parte del factor capital en detrimento del factor trabajo, la globalización de los mercados o la financiarización de la economía) que, a través de mecanismos que exceden al ámbito de este artículo, si bien han sacado de la pobreza extrema a grandes bolsas de población en el tercer mundo, han provocado un deterioro de las clases medias y populares en el mundo occidental.

Este fenómeno está bien documentado y en ningún estudio de referencia aparece la inmigración como causante principal de este deterioro.

En opinión del autor, la inmigración “desarma a los trabajadores locales y hace peligrar sus conquistas sociales”. Nada más lejos de la realidad. Si la mujer de Tafalla puede disfrutar de sus conquistas sociales será precisamente gracias a la población inmigrante. El saldo entre las cotizaciones que pagan los inmigrantes a la Seguridad Social y las prestaciones que reciben resulta muy positivo para las arcas del Estado, ya que los trabajadores foráneos aportan el 9,9% de los ingresos del organismo, mientras que solo suponen el 0,9% de los pagos realizados en pensiones de jubilación, viudedad u orfandad.

El autor también habla de que “la necesidad de importar mano de obra” es un “invento de las burguesías nacionales”. Atendiendo a los datos de la Seguridad Social, esta necesidad no es precisamente un invento: en Navarra, un 21% de los afiliados a la Seguridad Social tienen más de 55 años. Con una tasa de natalidad por debajo del 0,8%, el abandono del mercado laboral de estas 60.000 personas en los próximos 5-10 años será imposible suplirlo con el crecimiento natural. Es innegable que vamos a tener que cubrir más puestos de trabajo. El señor Esparza debería reconciliarse con esta realidad.

También es sorprendente que afirme que la inmigración “desarticula a los pueblos que la reciben, sobre todo a los que, como el vasco, no tienen libertad para decidir sus políticas migratorias”, dando a entender que un hipotético estado vasco estaría fuera de las directrices migratorias europeas. Hay que estar muy desvinculado de los acontecimientos para pensar que un EHxit pueda ser la solución de nada.

No soy ingenuo ni ignoro la realidad social de Tafalla ni de muchos pueblos de la Ribera. Soy consciente y conozco su composición demográfica. Ahora bien, esto no puede ser una carta blanca para coquetear con teorías cercanas a las del gran reemplazo que vaticina la extrema derecha, alegando que “hoy día uno de cada tres nacimientos en Navarra ya es de madre emigrante”.

La actitud asistencialista que muestra (“se debe atender dignamente a todo el que venga –faltaría más–”) tampoco es muy edificante, ya que ignora que hay una parte muy importante de la población migrante que, más allá de huir de la penuria, ha decidido realizar aquí su proyecto de vida y, por qué no, integrarse en esa misma identidad vasca de la que el señor Esparza participa. A nadie debería alarmarle.

Entonces, ¿qué le decimos a la mujer de Tafalla? Hay que hablarle con sinceridad y decirle que su situación obedece a causas identificables; que existe en los gobiernos democráticos capacidad, limitada pero efectiva, de actuar sobre ellas y revertirlas; y que la inmigración no es el chivo expiatorio de sus males.

En definitiva, la estampa que nos dibuja el historiador tafallés es la que estamos viendo a lo largo de Europa: bolsas de población descontentas que, ante la ausencia de opciones convincentes, se decantan por los nuevos populismos, que ofrecen respuestas sencillas a problemas complejos. Si alguien todavía cree que en Francia hay 13 millones de ultraderechistas debería hacérselo mirar.

Este no es sino otro ejemplo de transición al populismo de derechas, que se ceba con personas como la mujer de Tafalla, que no encuentran en sus representantes democráticos la solución a sus problemas. Artículos como el del señor Esparza únicamente sirven para ponerle un puente de plata.