Volver a una de las funciones tradicionales más recurrente de la escultura, la de su condición conmemorativa de carácter evidentemente público, es lo que hace que tome actualidad manifestaciones de calado historicista como ésta del recién inaugurado monolito en la población de Uharte (Comarca de Pamplona/Iruñerria), relacionada con la gesta resistente a la conquista del viejo reyno, protagonizada por la figura del mariscal Pedro de Navarra y Lacarra. Una obra en roca finamente labrada del escultor Peio Iraizoz contando con la simbología emblemática del reino y en la que sobre la misma podemos leer estar dedicado a este relevante personaje víctima de una guerra que se extendiera nada menos que durante casi una treintena de años, finalmente perdida por el ejército, compuesto de mesnadas, al decir de Pedro Esarte, de la dinastía que fuera obligada a exiliarse:

Al mariscal Pedro de Navarra / Nafarroako Pedro Mariskaiaren omenez

Muerto por la defensa de Navarra

24-11-1522

Nafartar zintzo eta leiala

1512-2012

El monumento se encuentra complementado por un atril que contiene el texto cuatrilingüe (euskara, castellano, francés e inglés) de los hechos más reseñables en la biografía del personaje. Y asimismo en las semanas previa y posterior a su inauguración se impartieron conferencias a cargo de los historiadores especialistas en dicha época Álvaro Adot, Aitor Pescador y Peio Monteano. Lo que refuerza el sentido didáctico, de ampliación del conocimiento de nuestra historia que, por otro lado, a nadie se le oculta contar también con un marcado trasfondo político. Cuestión esta última que siembra una cierta división en la opinión de los lugareños sobre el mismo y del por qué me siento en la obligación de dar una opinión.

En una primera aproximación, esta escultura, por tanto, pertenece a la familia de las denominadas monumentales, teniendo por motivo la remembranza histórica de acontecimientos acaecidos en nuestro desaparecido reino. Como su autor nos indica, además, es “mellizo”, en su forma u origen, que no en su epigrafía ni en los motivos con que cuenta, de la instalada en Amaiur en julio de 2007. A nadie se le oculta, por tanto, la férrea voluntad de recuperación a través de su estética de una determinada seña de identidad.

El reforzamiento de la identidad navarra tiene, sin embargo, un semblante bifaz. No hace mucho contamos con polémica, que todavía dura, en torno a la implantación de una monumental enseña en la denominada plaza de los Fueros de la capital iruindarra. Polémica que continúa gracias a los estragos ejercidos en su tela por diversos fenómenos meteorológicos que en nada ayudan a su mantenimiento incrementando en todo caso el coste del mismo. Aparentemente, estas son iniciativas que deberían coadyuvar a dicho reforzamiento. Pero la realidad indica más bien que contamos de esta manera con dos diferentes interpretaciones de la simbología comunitaria. Por un lado, con manifestaciones navarristas de cariz españolista, dentro del otrora considerado como sano regionalismo y, del otro, napartarrak en su tendencia provasquista. Ambas manifestaciones vienen a ser representaciones simbólicas de marcado carácter político evidenciando una tendencia proactiva a favor de una u otra ideología de corte patriótico. La mía, para que lo escrito no de pie a malinterpretaciones, opta por la segunda de ellas. Si bien con algún que otro matiz, puesto que, en la dinámica creada alrededor de una polarización entre el blanco y el negro, donde no tiene cabida la pluralidad matizada de grises, ésta puede dar como resultado la elección de un camino que conlleve división y, en su extremo, enfrentamiento. Espero, sinceramente, que no sea el caso.

El tema épico elegido para la inhiesta erección del monumento evidentemente recuerda en su elección gestas heroicas pasadas y busca una apología en la derrota que nos ayude a tomar conciencia del nefasto e injusto acontecimiento por el cual Navarra perdiera su soberanía. Y, en tal sentido, nada se debe objetar, partiendo del hecho de que todo relato patriótico, en positivo, al menos en la afirmación del filósofo ruso Vladímir Soloviov (1853-1900) “es un sentimiento natural que nos impulsa a vivir y actuar para el bien del colectivo al que pertenecemos”. Desde esta premisa básica, sin embargo, el mismo autor habrá de sugerirnos la pertinente reserva de que tan “solo un demente o un ignorante, o bien una mala conciencia externa, puede afirmar que el sentimiento patriótico es suficiente para dar la dirección adecuada a la acción patriótica. En realidad, el patriotismo, como cualquier otro sentimiento natural, puede ser fuente tanto del bien como del mal”.

Las reflexiones de este filósofo y crítico literario de finales del XIX han resultado ser de plena actualidad puesta de manifiesto en la elección, ya por entonces existente entre las dos presuntas almas que constituyeran el origen de Rusia según se tomara posición a favor del occidentalismo de la Rusa de Kiev o la más asiática del modelo moscovita de tradición mongolo-bizantina, que él mismo se encargara de relativizar. (Por cierto, que en esto los segundos cuentan con una gran ventaja, o al menos así lo sentían en aquella época. La inclinación hacia virtudes poco dadas entre los occidentales de la contemplación, la paciencia y resignación. Por lo que siendo así, la guerra actual, desde la historia de las mentalidades, se prevé sea más larga de lo deseado).

Ha bastado poco para que salten chispas en torno a su coste –la mitad de lo que se dice, consignada en el presupuesto vigente– sin que por ello, afortunadamente, lleguen a prender. Y en su evitación, convendría haber tomado en consideración algo tan propio del sentido común como pudiera ser el que tales políticas proactivas, cuando existen las condiciones de un presumible dialéctico enfrentamiento, asuman previamente, por cualquiera de las partes afectadas en el debate, trabajar desde el consenso y la participación, más aún teniendo en cuenta, por si todo ello fuera poco, el que si ha habido históricamente alguna manifestación artística proclive a estar al servicio del poder, ésta ha sido la del subgénero de la escultura épica.

El autor es escritor