Al leer el titular del artículo nos viene a la cabeza la pregunta de qué guerra porque en el mundo hay muchas guerras, unas muy antiguas que no terminan nunca, otras que resurgen de las cenizas, y otras que nos acabamos de enterar. La guerra más famosa ahora es la invasión de Ucrania por Rusia que comenzó después de los fracasos de los acuerdos de Minsk I (2014) y Minsk II (2015) firmados entre Rusia, Ucrania, Alemania y Francia para paralizar la guerra del Donbas.

Pero este texto no habla de ninguna guerra en particular sino de la guerra. Y si cada guerra tiene distintas causas y actores, también tienen unos elementos en común. El primero el considerar que al que te enfrentas, el enemigo, es malvado, no tiene arreglo, y se puede considerar que no es humano. No tiene derecho a vivir en este planeta.

Otra cuestión común a todas las guerras es que hay soldados y armas. Y las armas hay que fabricarlas y perfeccionarlas continuamente para que cada vez destruyan y maten mejor. Y en ese tema de las armas sí entramos nosotros como sociedad.

España suele estar entre los 10 primeros países en exportación de armas. Hay que aceptar que para mantener esos niveles de exportación nuestras empresas se saltan las convenciones internacionales que hagan falta, como la de prohibir la exportación de armas a países en guerra y, por ejemplo, continúan vendiendo armas a Arabia Saudí aunque esté participando en la guerra de Yemen desde 2015.

El mismo Gobierno de España es un buen cliente para estas empresas y este año ha presupuestado un gasto de 7.925.460.000 euros sólo para la compra de nuevo material. A lo que hay que añadir las ayudas de I+D y otras que les podrán corresponder.

Si bien es cierto que la mayoría de los clientes de las empresas de armas son estados (que compran esas armas con nuestros impuestos), no podemos dejar de ver que el tráfico ilegal de armas está entre los más rentables junto al narcotráfico y la trata de personas.

Un argumento a favor de esta industria es que crean puestos de trabajo, como si la fabricación de otros productos no necesitase mano de obra. Sin caer en la demagogia y en los datos macroeconómicos, donde las personas son simplemente números, se puede apuntar que teniendo en cuenta los millones de euros que mueve no genera mucha mano de obra. Que la reconversión de industrias armamentísticas en industria civil en la historia reciente ya ha sucedido (ver el origen de bicicletas Orbea). Que muchos sectores industriales, Altos Hornos o las centrales nucleares, se han tenido que reconvertir. Que el que no sea un proceso fácil no significa que sea imposible.

Otro argumento de dichas empresas es que crean tecnología puntera que después se transfiere a la industria civil. Se les olvida decir que, al igual que en las guerras, a las personas civiles muertas eufemísticamente les llaman daños colaterales, en este caso serían beneficios colaterales. ¿Podemos imaginar qué desarrollo tendría la tecnología civil si tuviese para ella toda esa inversión?

Además, tanto I+D, tanta actualización y perfeccionamiento de las armas hace que se queden pronto obsoletas, por lo que herramientas que cumplen perfectamente su función de destruir y matar van al desguace. Por lo tanto, la carrera armamentística no sólo consiste en tener más armas que el hipotético enemigo sino más actuales.

También es llamativo que una vez que han conseguido una bomba de gran destrucción, la bomba atómica, hayan seguido investigando sobre ella para reducir su potencia y poder usarla sin destrozar medio o todo el planeta. Diversas fuentes afirman que Putin está reflexionando sobre su uso.

A excepción de Rusia e Israel, los otros países exportadores de armas desde hace tiempo no han tenido una guerra en sus fronteras, pero en cambio sí que han participado en las múltiples guerras que hay en el planeta. En la época de la guerra fría era más evidente que en cada guerra un bando recibía el apoyo de la OTAN y el otro el del Pacto de Varsovia. Pero la desintegración del Pacto de Varsovia en 1991 no ha traído una disminución de las guerras, y por lo contrario se está viviendo un auge del militarismo incluso en las potencias perdedoras en la II Guerra Mundial. Alemania flexibiliza normas constitucionales para aumentar el gasto militar, en Japón hay propuestas de cambiar su constitución pacifista, e incluso China ha construido una base militar en Yibuti.

En estas guerras que se producen en los países empobrecidos el territorio suele estar destrozado y sólo funcionan las zonas donde los países desarrollados pueden obtener algo (el petróleo de Libia, el coltán de la República Democrática del Congo,...).

Está claro que el objetivo de la industria militar es obtener beneficios sin fijarse en otras consideraciones. En Euskal Herria tenemos más de cien empresas que parte de su producción son componentes para la industria militar, y tenemos también empresas que sólo se dedican a productos militares, por ejemplo la empresa del presidente de la Real Sociedad, como nos ha recordado la publicación del libro La SAPA de los Aperribay publicado por AntimilitaristakEH.

Pedimos y exigimos a dichas empresas que por un mínimo de ética social detengan la producción de dichos componentes y la reconversión total de las empresas de armas, porque los conflictos entre países no se pueden resolver militarmente como está demostrado históricamente.

Sin armas no hay ejércitos.

Sin ejércitos no hay guerras.

Los autores pertenecen a la plataforma contra las guerras - Gerrarik ez