Que no existan fórmulas mágicas para ganar a quienes desearían cargarse la democracia no quiere decir que no haya unas ideas mejores que otras acerca de cómo hacerlo. Y la primera consiste en no dar por válidos sus diagnósticos. Entre los demócratas preocupados se ha instalado últimamente el lugar común de que las democracias son muy frágiles, una opinión que por cierto comparten sus enemigos y se sienten así estimulados a debilitarla más. Por supuesto que la democracia tiene muchas debilidades, en algunos países más que en otros, y que como toda construcción humana es contingente, es decir, del mismo modo que se creó con un gran esfuerzo y venciendo no pocas resistencias, podría desaparecer. Pero el discurso que insiste en su fragilidad tiende a minusvalorar su resistencia.

De hecho, 2022 ha sido un mal año para los autócratas: la agresión de Putin está siendo rechazada por quienes consideraba débiles, el autoritarismo sanitario de Xi se ha mostrado incompetente, los déspotas de Irán han sido desafiados por la juventud, los candidatos de Trump perdieron las elecciones, como Bolsonaro, mientras ganaron Petro y Boric, por mencionar lo más relevante.

Los asaltos de enero (en 2021 en USA y en 2023 en Brasil) a las instituciones no se han saldado con una fragilización de la democracia sino más bien con su fortalecimiento. En ninguno de los dos países las acusaciones de fraude electoral han tenido el resultado que pretendían los denunciantes y se ha impuesto la normalidad institucional. Veremos cómo evoluciona la situación en Brasil, pero de entrada es muy posible que beneficie a Lula y le permita ganarse a un sector de los conservadores que no aprueban la violencia. El efecto que sobre la democracia norteamericana ha tenido el asalto al Capitolio en enero de 2021 ya lo podemos conocer. No se ha debilitado la democracia sino el Partido Republicano y especialmente Trump y sus candidatos. Los republicanos en la Cámara de Representantes tuvieron grandes problemas para elegir al presidente, lo que presagia que también la tendrán para formar una mayoría de oposición incluso en los temas en los que no pueden ponerse de acuerdo con los demócratas. Los perfiles de los ganadores republicanos no son garantía de su comportamiento unificado a la hora de aprobar leyes. Por el contrario, si Biden es inteligente, puede crear mayorías de voto con los republicanos moderados que no son de Trump. Desde este punto de vista, puede decirse que Biden está en mejor posición que Obama, cuyos fracasos en las “elecciones intermedias”, dos veces seguidas, echaron por tierra toda su agenda.

¿Cómo valorar el avance de los partidos de extrema derecha en Europa y la amenaza que pueden representar para la democracia? Sé que esta opinión va a contracorriente del antifascismo militante y de lo que para sí quisieran las extremas derechas, pero creo que sus peligros están sobrevalorados. Si los asaltos de Estados Unidos y Brasil estaban protagonizados por gente que satisfacía así su deseo de sentarse en el despacho de la presidenta o se hacía selfis, ¿qué pensar de un ataque al Bundestag en el que se planeaba utilizar ballestas, de unos desafíos a la Unión Europea que se moderan cuando hay subvenciones de por medio o de un combate cultural en el que al final se trata de toros o el tamaño y la profusión de la bandera? ¿Alguien se acuerda del complot militar en Francia que pretendía tomar el Eliseo con alabardas y mazas para acabar con el 5G, la vacunación obligatoria y el matrimonio homosexual? Podríamos mencionar la reciente manifestación de la extrema derecha en Madrid, convocada para impedir que el Gobierno de Sánchez acabe por cargarse la democracia y donde se veían pancartas que alentaban a la expulsión de los separatistas (¡) o se preguntaban si en algún lugar de España era todavía posible aprender español. Al final va a resultar que la extrema derecha es más cutre que peligrosa.

Alguien podría recordar las tensiones que provocan las llamadas “democracias iliberales” de Hungría y Polonia, que no dejan de ser casos muy preocupantes que habrá que gestionar con dureza y habilidad. Ahora bien, ¿cómo sería la deriva iliberal de estos países si no estuvieran dentro de la Unión Europea? De hecho, la UE, a la que tantas críticas se le dirigen, con razón o sin ella, habiendo entendido o no su naturaleza peculiar, es un entramado institucional que modera, condiciona y protege a las democracias que alberga, especialmente en lo que tiene que ver con el estado de derecho.

Antes del Brexit eran varios los partidos de extrema derecha que proponían en sus programas la salida del euro e incluso de la Unión. Ya sea por escarmiento ajeno o para facilitar su éxito electoral, esas pretensiones fueron suavizadas e incluso desaparecieron completamente. En Italia, suele ocurrir que el crítico más feroz del gobierno de turno consigue rápidamente una enorme popularidad, gana las elecciones (normalmente anticipadas) y luego, con la misma rapidez, vuelve a perder la popularidad porque la realidad no le permite cumplir sus promesas. El gobierno cae y otro viene a cautivar a las masas (con algún intervalo tecnocrático inducido por Europa –Monti, Draghi– para poner orden). Tal caída ya ha ocurrido con dos de los actuales socios de coalición de Meloni: Berlusconi y Salvini. El hecho de que la UE haya comprometido 191.000 millones de euros para Italia en los próximos seis años, evitará que Meloni se aleje demasiado de la política ortodoxa. Si la UE retuviera estos fondos, sus perspectivas de mantenerse en el poder serían muy escasas.

Todo esto no es un modelo de ejemplaridad democrática y buen gobierno, pero indica que los célebres pesos y contrapesos de la democracia liberal no han dejado de funcionar del todo (ahora en buena medida a nivel europeo). La democracia neutraliza bastante bien el peligro que representan los extremismos. Exagerar la fragilidad de la democracia es un discurso que coincide con lo que quieren hacernos creer sus enemigos. Inflamar la retórica contra ellos puede servir para disimular los propios errores, pero no perdamos de vista que es el tipo de hipérbole que indirectamente les beneficia. La construcción de procedimientos y sistemas que moderan y neutralizan el exceso no es tan épica como el combate antifascista, pero es exactamente lo que menos conviene a los extremistas y, por eso mismo, lo que más refuerza a la democracia.

El autor es catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y titular de la cátedra Inteligencia Artificial y Democracia en el Instituto Europeo de Florencia. Premio Nacional de Investigación en Humanidades 2022