El Génesis dice que estamos hechos a semejanza divina, empero desde un enfoque empírico parece que paradójicamente estamos también hechos a semejanza satánica. De hecho, Freud llamó Eros y Thánatos a estas dos pulsiones que van de lo más sublime a lo más horrendo. La actual tendencia a la deslegitimación del adversario y a sumirlo en el descrédito parece un fenómeno muy arraigado en la política. Lo cierto es que se ha ido enfriando la esperanza por entropía natural y porque las disputas basadas en las ofensas y las mentiras dejan una flojedad difícil de superar. La democracia empezó con fuerza e ilusión, pero ha ido sufriendo una glaciación gradual y preocupante. Pese a ello, los partidos políticos mayoritarios, lejos de dialogar, optan por la refriega, error por el que hoy sufrimos una sociedad crispada y radicalmente polarizada. La actual insania política indica que las cosas no solo no van bien, sino que incluso puede empeorar, pues como escribió recientemente Daniel Innerarity, pese a su fortaleza, hasta la democracia está amenazada. Una alta tasa de desempleo, una elevada inflación y una sanidad pobre en recursos y baja en gasto público que la sitúa en un estado crítico, no auguran nada bueno. En este sentido, además, se han aprobado algunas leyes que si se hubieran hecho sin precipitación, tras un riguroso debate y respetando la vacatio legis, hubieran mejorado nuestra sociedad en vez de enlodazarla más. La Ley del solo sí es sí supone un cambio de paradigma, al considerar agresión sexual todo acto que no tenga el consentimiento de las mujeres, lo que es trascendental, pero si permite la rebaja de penas o la excarcelación de violadores alguna deficiencia alberga. Admitir el error y tratar de subsanarlo hubiese sido lo correcto. Culpar a los jueces, tratándolos de machistas, es un error, como también lo es la actitud de la oposición, que como lobos esteparios se han lanzado a degüello contra el gobierno con el único objetivo de derribarlo. Esta supuesta dialéctica pro feminista entre los hunos y los hotros, como diría Unamuno, a quien realmente perjudica es a las mujeres. Otra ley que se aprobó bajo un inédito silencio ha sido la Ley Trans. Nada que objetar a quien necesite cambiar su apariencia física, pero pretender ser reconocido con una apariencia ajena al propio cuerpo, supone una disparatada negación de la biología, que es, en definitiva, la condición de posibilidad de la vida y que ha supuesto el borrado jurídico de las mujeres. En este sentido, se deduce de las palabras de Jean-Paul Sartre que cada ser humano tiene su propia apariencia, que no puede ser sustituida por otra que le es ajena, pues supone devenir algo distinto a lo que cada uno es realmente. Semejante cambio se constituye a partir de un modelo exterior que no le es propio, lo que representa una forma de alienación. El tránsito de un género a otro es una mistificación, ya que el género no es una identidad, sino una construcción sociocultural propia de la sociedad patriarcal, esto es, un conjunto de normas, estereotipos y roles impuestos socialmente a las personas en función de su sexo. El género es, en definitiva, un instrumento que facilita y perpetúa la situación de sumisión en la que se encuentran las mujeres. Por ello no se entiende que, lejos de superar el género, se reivindique y diversifique como pretende la teoría queer. El cambio de identidad de género no va más allá de la sustitución de un estereotipo social por otro, por lo que sigue siendo vehículo ideológico de roles sociales, funciones domésticas o competencias profesionales que no se sustentan en ninguna evidencia científica. Lo deseable es que superado el género social, mediante una educación igualitaria, devengamos solo personas, todas distintas, independiente de ser mujeres u hombres.

Afirmaba Jean-Paul Sartre en una de sus obras de teatro, que se titula A puerta cerrada, que “el infierno son los otros”. Lo cierto es que la política es una baraúnda en la que el político gamberro, faltón y matasiete se prodiga en el insulto y en la descalificación, hasta el punto de que hoy día votar a izquierda o a derecha conlleva el riesgo de ser llamado facha o chavista. Y si la descalificación ad hóminem es lo más corrosivo y grave que hay en política, sobre todo cuando los argumentos de los políticos se reducen al insulto, hay que pensar que estos botarates maldicientes, pese a no estar en peligro de extinción, son una especie protegida. La consecuencia es que la polarización marca el debate político con un lenguaje irresponsablemente guerracivilista que se traslada de forma preocupante a una sociedad cada vez más crispada y tan enfrentada entre sí que llega incluso a deslegitimar el gobierno salido de las urnas. En fin, todo puede empeorar.

*El autor es médico-psiquiatra-psicoanalista