Nuestro pasado no termina de irse. Aparece amenazante, caótico y aplastante porque no hemos construido una memoria pública que fije unos consensos académicos e históricos suficientes. Ese es precisamente uno de los vacíos que nos han dejado la transición y cuarenta años de democracia; que en España y en Navarra no tenemos un relato asociado a la memoria democrática que se transmita con claridad desde las instituciones y los gobiernos.

En Navarra como un baldón que arrastramos cada vez que miramos al pasado, el carlismo y su peso en la guerra civil y durante el franquismo genera una polémica que me resulta incomprensible. Porque si algo deberíamos tener claro, precisamente en Navarra, es que la ideología carlista y sus acciones es una de las peores cosas que hemos producido y exportado.

Por eso no se entienden los intentos de blanqueamiento que de vez en cuando se producen. A la visión idealizada que traslada el vergonzoso Museo del carlismo ahora se suma el intento de EH Bildu, Podemos y la parlamentaria Marisa de Simón de que el Parlamento de Navarra reconociese la aportación del carlismo a la lucha y concienciación antifranquista en Navarra.

Reconocer la aportación antifranquista del carlismo además de surrealista es una afrenta a las miles de personas que fueron asesinadas tras el golpe de estado franquista. Sabemos que el carlismo es un movimiento que abarca casi 200 años de existencia, conocemos su complejidad y sus impulsos, por eso mismo no hablar con sinceridad y honestidad sobre los preparativos del golpe de estado, sobre los tres años de represión franquista y sobre la posterior posguerra es construir un relato falso y generoso precisamente con quienes protagonizaron los peores crímenes de nuestra tierra.

Tal y como ha destacado en numerosas ocasiones y con mucho acierto el historiador Fernando Mikelarena, el carlismo fue actor imprescindible en la victoria franquista, y sobre todo, fue protagonista de la cruel represión que se desató. Relatar aquí toda la crueldad carlista no viene a cuento por conocida y extensa, pero es obvio que el carlismo apoyó, facilitó y ejecutó miles de fusilamientos, violaciones, robos y cortes de pelo en Navarra y en toda España. Quienes mataron a nuestros republicanos no fueron gentes venidas de fuera, los responsables de todo aquello eran navarros radicalizados por una ideología criminal que no merece ni una sola palabra de comprensión. No fueron víctimas de un engaño, fueron comprometidos ejecutores que se prestaron a hacer ese trabajo.

Esa es una obviedad histórica, no sólo relatada por las propias víctimas, sino también registrada en los propios archivos públicos. De hecho el sentido de las Juntas de Guerra Carlistas precisamente era el de extender por todos los pueblos una represión que debía ser certera y eficaz contra elementos republicanos.

Los execrables asesinatos en Montejurra de Aniano Jiménez y Ricardo García en 1976, víctimas que fueron reconocidas por la Audiencia Nacional en 2003 como víctimas del terrorismo, no pueden convertir a todo el carlismo y a todas sus épocas en algo a aplaudir, al contrario, los navarros y navarras no nos podemos sentir orgullosos de que los carlistas navarros protagonizaran crímenes horribles también por toda la cornisa cantábrica o el levante.

Si queremos estudiar y hacer comprender el carlismo merece la pena tratarlo en toda su extensión. No se puede presentar al carlismo sólo como víctima o como movimiento popular de disidencia social cuando fue el principal responsable de la matanza de cientos de navarros y navarras en 1936. Casa mal, desde todos los puntos de vista, que demos la mano a las víctimas republicanas y seamos tan generosos con la tendencia ideológica que los asesinó.

*El autor es miembro de Baztarre.