El amigo Víctor Moreno ha disparado su erudición para cuestionar mi vindicación del “socialismo vasquista”, del PSOE que precedió al PSN capitalista y antivasco actual. Y ha buscado afanoso esa expresión entre los textos de su ilustre paisana, Julia Álvarez, sin hallarla. Normal, yo nunca dije que la utilizara. Y conocemos lo suficiente a los socialistas navarros para saber que no andaban escribiendo loas a los defensores de Amaiur, ni acudían al euskaltegi, ni tocaban el txistu. No me veo a Julia Álvarez tejiendo lauburus en un Euzko Etxea cualquiera. Mesedez, Víctor.

El socialismo vasquista al que me refería, y creía que estaba claro, es al vasquismo político. Aquel que siempre, en los momentos cruciales, se manifestó en favor de la unidad política y autonómica de las cuatro provincias. En ese sentido, vasquista era la Federación Socialista Vasco-Navarra denominada así desde los años 20. Vasquista, aunque vapuleara a los nacionalistas, era su medio de comunicación, La lucha de clases. Órgano de la Federación Socialista Vasco-Navarra. Vasquista su dirigente Eduardo Martínez de Ubago, que en el II Congreso de Estudios Vascos, abogaba por tomar la delantera en la batalla social para que los hijos de este país pudieran gritar “Gora Euzkadi”.

Vasquista hasta la médula fue el principal líder histórico del socialismo navarro, Constantino Salinas, y hermosas sus palabras a los delegados de 549 municipios, presentes en la Asamblea de Iruñea, que él presidió en 1932: “Ya que el momento me depara el honor de dirigirme a la más alta y genuina representación de Euskalerria, aquí presente en los ayuntamientos del País, voy a hablar…” y, tras repasar los lazos históricos que nos unían, dijo que “en adelante, esos lazos, serán tan fuertes, que a lo largo de la historia de las cuatro provincias, no habrá vicisitudes capaces de romperlos”.

Es cierto que el Estatuto no prosperó en Navarra por las maniobras de la derecha y que, inicialmente, hubo socialistas reticentes al mismo. Pero eso se corrigió de inmediato. Para cuando en 1936 triunfó el Frente Popular, todas las izquierdas eran conscientes de que la derecha había sido la ganadora de la salida de Navarra del Estatuto Vasco. Y fue precisamente Julia Álvarez, diputada por Madrid, la que escribió a Manuel Irujo: “Tenemos una empresa común en Navarra, que es el Estatuto vasco. Hay que incorporar a Navarra a todo trance. Voy a ir allí a hacérselo ver” (Archivo Irujo, 67, 177). Un mes más tarde, todo el Frente Popular, incluyendo las firmas de Juan Arrastia del PSOE, posteriormente fusilado, José San Miguel de JJSS y Jesús Boneta de UGT, solicitaban al nuevo Gobierno incluir a Navarra en el Estatuto común.

Las izquierdas navarras no tuvieron tiempo para consumar aquella unidad territorial, pero en el exilio siguieron trabajando y haciendo vasquismo, más acusado aún por la nostalgia de la tierra. Jesús Boneta acabó inscrito en la Delegación Vasca de Bayona y colaboró con el Consejo de Navarra en el exilio para lograr sus dos objetivos: recuperar la República y el Estatuto Vasconavarro. A Chile escapó el abogado pamplonés Salvador Goñi, uno de los más importantes dirigentes de las JJSS y del PSOE navarro, gran paladín del Estatuto. En Chile fue directivo de la Agrupación Democrática Vasca. Por su parte, Constantino Salinas acabó en la Patagonia después de haber sido director de los hospitales militares del Gobierno de Euzkadi, y en sus libros plasmó la nostalgia por su patria.

Víctor Moreno señala, con razón, la afinidad de Julia Álvarez con los comunistas, lo cual abona nuestra tesis, porque si algún partido tuvo clara la territorialidad vasca fue el comunista. En la clandestinidad publicaron, además del Euzkadi Roja, periódicos navarros como Alkartu o Amaiur, llenos de evocaciones vasquistas: “Amayur es el portavoz de las libertades navarras (…) Es el grito de insurrección de Euzkadi. El Irrintxi de la victoria próxima (…) Qué la luz de Amayur fecunde en el amor patrio. ¡Gora Euzkadi! ¡Viva España!”.

En 1946 se constituyó la Alianza Democrática de Navarra, con la participación del PSOE, UGT y JJSS, donde todas las izquierdas, incluidos los anarquistas, decidieron “la incorporación inmediata de Navarra al Estatuto vasco”, a la espera de que el pueblo navarro lo ratificara una vez lograda la democracia. A partir de este momento, el PSOE navarro fue desapareciendo, hasta que, pasado el temporal, en 1977 se formó el Partido Socialista de Euskadi. La ikurriña presidía las sedes navarras y sus parlamentarios cantaban el Gernikako Arbola ante el roble foral. En 1981, tras el Tejerazo, el Estado profundo llamó al orden al partido y, bajo la mentira burda de que “los socialistas nunca fuimos partidarios del Estatuto Vasco-Navarro”, una minoría de prevaricadores, dirigida por un chorizo, cambió la historia del partido y nos metió en un berenjenal cuya última expresión ha sido el caso Mañeru.

Lástima -¿verdad Víctor?- que hoy día no haya en el PSN una Julia Álvarez, vasquista y revolucionaria, que diga: “Tenemos una empresa común en Navarra, que es la unidad vasca. Voy a ir allí a hacérselo ver”.

El autor es editor