Era el uno de mayo y estábamos en 1983. Bilbao era una fiesta. El Athletic había ganado la liga. Entrábamos por Sabino Arana hacia el Jesusen bihotza en nuestros dos caballos, matricula de Navarra… claro. Brindaban por su triunfo con un caótico concierto de bocinas y al mismo tiempo nos aplaudían porque el Osasuna había logrado de chiripa no bajar a segunda división. En los primeros momentos no entendíamos nada. Yo que de fútbol a penas sé decir San Mamés y Sadar no pude, ni quise tampoco, sustraerme a la euforia reinante. La alegría de los bilbaínos era en extremo contagiosa. Aquel uno de mayo en Bilbao hubiera bailado hasta un recién llegado de Corea del Norte.

Así me recibió Bilbao el día en que había decidido dejar atrás mi Iruña del alma para incorporarme a la primera plantilla que tuvo Radio Euskadi. Los nuevos tiempos se estaban poniendo en marcha, en Bilbao y en Donostia. Pronto llegarían a Gasteiz y también a Iruña.

La selección de personal para la nueva emisora se había hecho con escrupulosa honradez. Éramos 18 redactores, 5 técnicos de sonido, cinco secretarias, una encargada de fonoteca, un técnico de mantenimiento. Y nadie era del PNV. Nadie. No nos examinaron de ideología. Solo se habían valorado las capacidades y méritos profesionales. El bueno de Inaxio Arregi algo habría tenido que ver en aquel saber hacer bien las cosas.

Fuimos a entregar nuestros papeles y haciendo cola delante de mí estaba Eneko Sansinenea, a quien se llevó por delante la reciente pandemia y ¡Maldita sea! No lo pudimos ni despedir. “Ay si supierais donde me hicieron esta foto…” nos decía mostrándonos una foto de carnet bastante mal flasheada. No hacia falta decir más. Claro que nos lo imaginábamos.

Pronto pondríamos en común alegrías sanfermineras de nuestra parte y navegación por el Cantábrico por la suya. Es lo que da de sí el necesario entendimiento entre la costa y el interior de un mismo país.

Saltaron todas mis alarmas cuando escuché el euskera familiar en el que hablaban los hermanos Etxezarraga, de Zeánuri. Yo que solo disponía de mi euskera batua de Arturo Campión fresco, fresco, como recién estrenado, pensaba: “¿Pero que hace aquí uno de Murillete? ¡Si no les entiendo nada!

Pronto comprobé que aquellos entrañables arratianos podían hablar conmigo en el euskera universal. ¡Uff! ¡Qué relajo!

Radio Euskadi era un hervidero de ilusiones. Se trataba de construir desde la nada un edificio nuevo hecho de voces y de música que comunicara, que informara y entretuviera a una ciudadanía ávida de valores nuevos. Habíamos salido a la luz dejando atrás los negros túneles de la dictadura y marchábamos a toda vela, con el viento favorable, por mares inexplorados. Intrépida juventud que hace suyos los buenos proyectos, empujándolos con la fuerza de una razón casi adolescente.

Las trágicas inundaciones de agosto del 83 nos pillaron de sorpresa, como a todos, pero al pie del micrófono. Nuestra antena fue la única que resistió a las inclemencias de aquella gota fría y nos convertimos en el único medio del que la gente pudo disponer para comunicarse. No había móviles todavía y las familias y los amigos se buscaban en el desbarajuste que siguió a la enorme tormenta. No todos pudieron encontrarse. Hubo decenas de víctimas. No se nos puede olvidar. “¡Cuantos mensajes trasmitimos aquellos días por las ondas! La Gran Vía estaba cubierta por un barrizal negro que nos llegaba a los tobillos. Camiones cargados de jóvenes voluntarios pasaban sin cesar por la Gran Vía camino del casco viejo. ¡Bendito pueblo solidario nuestro! ¡Ojalá no se extinga nunca ese espíritu!.

Los inicios de un proyecto suelen estar cargados de buenos deseos. Se avanza con paso inseguro, explorando el terreno con prudencia pero con la decidida voluntad de seguir hacia adelante. Soy testigo del gran compañerismo existente en los inicios de la radio. Por mucho que lo intento no consigo evocar ningún mal recuerdo. Ninguno. En aquella emisora bilingüe aporté mi Zazpietako fereka y mi Eguerdi folk. Siempre tempraneando como si fuera alondra madrugadora habiendo nacido de noche para ser búho noctámbulo.

¡Cuantos menus del día compartidos a mediodía con Manu Narvaez e Iñaki Eizmendi en el Gallástegi de Deusto!

Las frecuentes cenas organizadas por aquella plantilla de pioneros contaba con los monólogos divertidos de nuestro querido Guti, que derrochaba en ellos bilbainismo del más castizo con alusiones a la amatxu de Begoña. A mi siendo el único nabarro de la tropa me pedían jotas. Y en mi Navarra Media ya no sabíamos cantar jotas. ¡Pero si en nuestras cenas, fiestas y jolgorios cantábamos sobre todo bilbainadas y otras canciones populares conocidas en todo el país como “Beber, beber, es un gran placer” y “Apaga luz”!.

Ya a la vuelta de nuevo a Iruña nació mi hija y los compañeros “bilbaenses” nos enviaron un perro de peluche que casi no cabía en la habitación. Lo habrían enviado en la burundesa, me imagino. Al fin y al cabo es la línea de autobuses que más ha unido a Iruña y Bilbo. Tanto usábamos aquel autobús que las compañeras de la oficina nos apodaban “la corresponsalía de Burundi”.

Y es que… No hay vuelta de hoja. ¡Bilbao es mucho Bilbao! Cuando nos agarra las alas del corazón, sabe hacerlo tan bien que se nos queda para siempre en las entrañas.

Y todo esto para decir que Radio Euskadi ha cumplido 40 años. Los años pasan. Las personas desaparecen y en cambio las obras permanecen. Nada podemos hacer por retener el tiempo pero las buenas siembras traen flores y después frutos. ¡Larga vida Radio Euskadi!