Los sucesivos informes del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPCC) dicen bien claramente que los recursos hídricos se van a reducir con la crisis climática, y, por tanto, la gestión del agua urbana debe seguir con más fuerza los esfuerzos de reducción del consumo, el regadío debe adaptar su tamaño a los recursos disponibles y todos los usos tienen que reducir drásticamente la contaminación que vierten a las aguas.

Uno de los principales impactos que el cambio climático está teniendo sobre el planeta es la menor disponibilidad de agua. Según el estudio Perspectivas ambientales de la OCDE hacia 2050. Consecuencias de la inacción, en el año 2050 el 40% de la población vivirá en entornos de estrés hídrico. En el caso de Navarra, las precipitaciones disminuirán de un 15% a un 20% a finales del siglo XXI, según los diversos estudios realizados desde el Gobierno foral. El cambio climático significa menos agua.

Otro de los problemas existentes en los ríos y acuíferos es la contaminación. En el contexto de emergencia climática en la que nos encontramos, con menos agua, esta situación de contaminación se agrava notablemente y compromete la salud de los ríos y acuíferos, y, por tanto, de buena parte del suministro de agua de boca.

Por otra parte, en el Estado español, aproximadamente el 80% del agua se destina a regadío, como lo es en Navarra; y el 20% restante queda para abastecimientos urbanos y demanda industrial.

El primer cuatrimestre de 2023 es el inicio de curso más seco desde que hay registros. Así de claro hablan los datos de precipitaciones recogidos por la Agencia Estatal de Meteorología. En general, han caído 112 l/m2 cuando lo esperable eran 250. Nunca desde que hay datos (1961) había llovido tan poco al arrancar el año. Navarra no es ajena a estos datos, y, entre otros, tenemos que el pasado 10 de mayo en Tudela, según los datos de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), bajaba un caudal de 30 metros cúbicos por segundo, cuando la media anual es de 230 metros cúbicos por segundo.

Otra cuestión importante, es que se han dado unas temperaturas muy altas para la época en que estamos, y, a más temperatura, más agua se evapora, es decir, pasa de líquido a gaseoso y se eleva a la atmósfera. La evaporación se produce desde el suelo o las plantas después de que llueva y desde las superficies de agua como los ríos, los lagos y, lógicamente, los embalses.

La emergencia climática en que vivimos trascurre con el consumo intensivo del agua que se está produciendo en el Estado español, mientras que los embalses no han recibido las recargas de lluvia esperadas. En el caso de Navarra, la pasada semana el Gobierno foral vino a decir que únicamente está garantizado el riego para toda la campaña en 30.000 de las 130.000 hectáreas de regadío, aquellas que dependen del embalse de Itoiz. Este pantano es el que tiene mayor cantidad de agua y se encuentra al 69% de su capacidad, casi 20 puntos por debajo del nivel al que estaba en estas mismas fechas en 2022.

Peor que los regantes dependientes de Itoiz están los del embalse de Yesa -del que también se abastece gran parte de Aragón-, que se encuentra al 56% de su capacidad (30 puntos por debajo del año pasado. Las parcelas que dependen de estos embalses no tienen garantizado el riego para toda la campaña, lo que ha obligado incluso a algunos agricultores a dejar terrenos en barbecho, sin cultivar, y esperar a que las previsiones de agua mejoren en el futuro.

La cosecha de la agricultura de secano se da ya por perdida en la mitad sur de Navarra, como en otras comunidades, y ello ha hecho activar seguros, ayudas directas y líneas de financiación, por parte del Gobierno español y el de Navarra. Sin duda, las ayudas pueden paliar los daños que sufren los agricultores, pero se necesita una estrategia a corto, medio y largo plazo que ordene las infraestructuras hidráulicas para reducir pérdidas de agua y que afronte un cambio estructural y drástico ante la crisis climática con las sequías y la elevación de temperaturas, que evapora más agua.

Como decía en un artículo reciente publicado en este diario, “pronunciar cambio climático es decir menos disponibilidad de agua, y lo lógico sería aplicar el principio de precaución antes de promover nuevas superficies de riego. La adaptación al cambio climático obliga a abandonar los proyectos de nuevos regadíos, que hasta la fecha se han tragado, no solo el agua, sino también la mayor parte de los recursos públicos para la agricultura y la ganadería, cuando ese dinero público y subvenciones hubieran venido muy bien para fomentar una agricultura y ganadería más sostenibles y adaptadas al cambio climático, apoyando también a las explotaciones familiares, la ganadería extensiva, la agricultura ecológica, los regadíos tradicionales y también, cómo no, mejorar los actuales regadíos”.

Pero, además, de que haya menos riego, será necesario cambiar los tipos de plantas hacia otras que necesiten menos agua. De hecho, ya hay agricultores en la zona media y de la ribera que han optado por reducir el maíz, con alta necesidad de agua, y sembrar en su lugar trigo y girasol.

Otro gran frente de mejora es la reutilización de las aguas residuales urbanas, que en el Estado español se hace poco, aunque en Cataluña cada vez más, y que, en lugares también muy secos como California e Israel, reutilizan el 70%.

En el caso de Cataluña, el agua regenerada -aguas residuales que son tratadas para poder ser reutilizadas- ya cubre, de hecho, el 25% de las necesidades de agua en Barcelona (se ha multiplicado por 15 desde 2018), pero ante todo se destina a la limpieza de calles o riego de jardines. La emergencia climática fuerza ahora también a extenderla cada vez más para usos agrícolas, industriales e incluso domésticos. La crisis hídrica es uno de los mayores desafíos que afrontamos y es muy urgente encararlo.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente