Si alguien fuera capaz de vislumbrar las razones que nos motivan a votar a un determinado partido o agrupación electoral, estaríamos a un paso de descubrir el secreto de la piedra filosofal, viviríamos en Shangri-la y podríamos ser capaces de llegar a acuerdos entre partidos en las cuestiones básicas de convivencia. Incluso si fuéramos capaces de cuantificar en un algoritmo todas las variables, funcionales y disfuncionales, siempre existirá la incógnita de la naturaleza humana como valor rasante entre nuestras querencias.

Las diferencias, menores, que existen entre diferentes partidos del mismo espectro, dificulta, con frecuencia, nuestra decisión. Es tal la cantidad de ideas y proyectos que proponen y articulan los políticos en sus programas electorales que es difícil estar en desacuerdo con alguna de sus ideas así como también es difícil estar de acuerdo con bastantes de sus propuestas.

Fijarse en promesas de último momento supone actuar como niños pequeños atraídos por el Sugus, que tiene solo el envoltorio; los dadivosos gratuitos no son nuestra primera opción y si, además, nos la echan en cara como guante retador para permutar nuestro voto en sumisión, desde el pedestal, deberían asistir a cursos básicos de respeto/educación social. Hemos pasado del tú más de la corrupción al yo más de regalías infantiles.

Pero hemos dejado en el camino tantas ilusiones, tantas expectativas frustradas, tantas promesas incumplidas, que desconfiamos a cabalidad. Para solventar nuestras dudas, nos fijamos en factores como puede ser el Curriculum Vitae (CV) de los partidos presentados. Y con esta óptica, aun asumiendo factores de déficit democrático intrapartido, hay factores limitantes.

En lo personal, quienes transmiten arrogancia y actitud chulesca propia de caudillos son factores ahuyentadores de voto; la obsesión por destacar del señorito, convierten lo inútil en útil.

En lo social, y es lo relevante, debieran acotarse algunas fronteras infranqueables. Quienes endiosan la violencia y desean endiosar el olvido utilizando como coartada los principios, son equivalentes a esos trumpistas representantes del Ku Kux Klan que utilizan las flatulencias pseudoevangelicas para prometer el oro (y el moro) con términos bellamente prostituidos que se hornacinan en pedestales de barro. En nuestra sociedad, debiéramos estudiar el CV de organizaciones políticas, tanto en el pasado como en el presente.

El aplauso a la violencia desgarradora hasta sus últimas consecuencias han soportalizado el miedo social, apoyado con frecuencia en planos religiosos, católicos de pro. Tantos años de praxis han vapuleado lo humano siguiendo la teoría darwinista de supervivencia; ya estamos robotizados y abducidos, nos negamos a pensar incluso en la soledad del conuco, hemos banalizado y (casi) normalizado el sufrimiento. El miedo, esa alma mater de nuestro desarrollo social, supone el chapapote estigmatizador que nos ha hecho perder la dignidad como pueblo; y este miedo es contagioso por medio de la violencia.

La libertad y la vida son siameses expuestos a la guillotina del miedo. La compasión y la solidaridad con quienes han sufrido la violencia, el aislamiento y el bullying social, la tenemos en los talones; un mea culpa catártico y un aprender a escuchar obviando el toma y daca de quien la tiene más grande entre los partidos políticos, defensores exhibicionistas del postureo moral.

El movimiento se demuestra andando y ese no quiero y tampoco puedo en declaraciones lingüísticas escritas con escuadra y cartabón, que no de corazón, no solo hacia los paganos que tuvieron la desgracia de estar en el sitio equivocado en el momento inadecuado, pues ninguna otra razón es justificativa del caos que surge de la violencia, sin miramientos, hasta el punto de convertirse en un fin en sí mismo; solo les faltó decir que no era nada personal (Don Vito). Los asesinos convictos, quienes señalaban con dedo acusador cual amigos invisibles y quienes les jalean, representan la espina que taladra no solo a la sociedad, sino incluso a las organizaciones que les regalan el ladrido; la liturgia del bandolerismo no supone ninguna proeza, más bien un ritual sonrojante para sus convecinos y es que cada vez hay menos ovejas con vocación de rebaño y más hidalguía en la réplica. Son como esos dictadores llenos de ego que soportan –y para quienes la obediencia manu militari es de obligado cumplimiento– exclusivamente su verdad. Los pensamientos saboteadores de los mínimos democráticos han reforzado la ancestral cadencia violencia-silencio-sufrimiento.

Necesitamos verdad, justicia y decencia, y ello no lo obtendremos mediante ongi etorri a condenados de ETA ni cediéndoles la makila, tampoco incluyendo en listas electorales de Bildu a victimarios confesos; son termómetros emocionales que levitan sobre quienes presumen de prejuicios puristas rodeados de cámaras de eco. La defensa de la verdad y de la justicia es un buen antídoto contra pretensiones autoritarias. Necesitamos como sociedad, tanto por razones éticas como políticas, que el PERDÓN (en mayúsculas) sea el motor reparador de tantas lágrimas injustas; nada se puede perdonar a quien no pide perdón, con mentalidad de paz. Vivir ciegamente el pasado cual si fuera presente conlleva un elogio macarrónico del fanatismo delirante.

Es honorable el que declaren que en caso de ser elegidos no tomarán posesión. Pero, ¡qué menos! Ese primitivismo nostálgico es una aberración; por fuera nada parece, por dentro tal vez que sí.

Esto no va de flores y pájaros, va de futuro y dignidad.