Cincuenta y un años han transcurrido desde que, en la Conferencia Internacional del Medio Ambiente celebrada en Estocolmo en 1972, se instaurara el Día Mundial del Medio Ambiente. Precisamente estos días se ha publicado en la revista científica Nature una investigación que pone cifras a los límites físicos del planeta y los relaciona con la salud, la seguridad y justicia social, y a la que este diario se ha referido estos días. La publicación deja claro que muchos de los sistemas terrestres han alcanzado el punto de no retorno.

La publicación, realizada por más de 40 investigadores de todo el mundo e impulsada desde Earth Comission (Comisión de la Tierra) –la Comisión de la Tierra es el primer intento holístico de establecer objetivos científicos globales y regionales para un planeta estable, incluida la tierra, el agua, los océanos y la biodiversidad, junto con el clima–, estima que siete de los ocho sistemas de los que depende la vida humana ya han sobrepasado los límites físicos que implican problemas en términos de salud y justicia para la vida de las personas. Estos sistemas son el clima, la integridad funcional, los ecosistemas naturales inalterados, el agua superficial, las masas de agua subterránea, la contaminación por fósforo y el exceso de nitratos en los ecosistemas.

El camino para poner freno al calentamiento acelerado del planeta se presenta insuficiente. Los datos publicados hablan de que el objetivo de mantener la subida de la temperatura media del planeta por debajo del umbral del 1,5ºC sólo rebajaría los impactos en términos de seguridad, pero no de justicia, ya que hay más de 200 millones de personas que podrían verse expuestas a temperaturas medias anuales sin precedentes, además de las que estarán afectadas por la subida del nivel del mar.

Los límites de explotación y contaminación de elementos de la naturaleza que son imprescindibles para la vida humana se han sobrepasado. Los expertos calculan que, para minimizar los impactos de la crisis climática, se debe salvaguardar entre el 50% y el 60% de los espacios naturales. Sin embargo, estos porcentajes están lejos de cumplirse, por lo que los ecosistemas están al borde de perder su integridad funcional, es decir, su capacidad de proporcionar funciones ecológicas beneficiosas para el ser humano y para el resto de especies que habitan en el planeta.

En cuanto a los recursos hídricos, los investigadores estiman que, para garantizar la disponibilidad de agua y evitar la pérdida de biodiversidad, los ríos deben mantener una alteración máxima del 20% de sus caudales. A nivel global, sin embargo, solo el 66% de las corrientes fluviales cumplen con esta norma. Por lo que se refiere a los acuíferos, la publicación detalla que el 47% de las masas de agua subterráneas del planeta están en declive.

En la historia de la humanidad nunca se ha tenido tanta necesidad de recursos, y ya existen cantidad de avisos de que esos recursos no son infinitos y que el planeta está mostrando de forma crucial sus límites. Y, en esta situación no hay un planeta B, y, por tanto, hay que gestionar lo que tenemos de forma de que se siga facilitando nuestra vida y la de las generaciones futuras. Cabe preguntarse, ¿es posible?

En los últimos tiempos nos encontramos cada vez más a menudo con actitudes muy derrotistas que dan por seguro que nuestra sociedad está condenada al colapso o como mínimo a una gran mortandad.

Pero, en mi opinión, se puede salir de esta, y no colapsaremos si no queremos. Desde el punto de vista técnico, existen multitud de medidas que se podrían adoptar inmediatamente y que cambiarían diametralmente la situación actual, hasta el punto de hacer desaparecer los problemas más acuciantes durante al menos una década o dos, mientras se va implementando aquellos cambios más profundos que requieren más tiempo para su adopción. Pondré algunos ejemplos.

Aproximadamente el 30% de todos los alimentos producidos en el mundo van a la basura sin que nadie los haya tocado nunca. Por tanto, no hay un problema de producción de alimentos, sino de distribución. En el caso de Navarra, uno de cada tres alimentos termina en la basura, y que son más de 115.000 toneladas de alimentos al año, un 42% de las cuales se desperdician directamente en los hogares.

Un 25% de todo el petróleo en Navarra se destina a coches particulares. Simplemente limitando o reduciendo drásticamente el uso del vehículo privado se ahorraría petróleo como para ganar una década.

De manera similar, el transporte por carretera representa entre un 25 y un 30% adicional. Reducir las redes de distribución y el transporte por mercancías superfluas y redundantes también permitiría ganar varios años de consumo.

El consumo de ropa en el Estado español según un estudio de Caritas llega a 30 kg por persona y año, una auténtica barbaridad. Disminuyendo las prácticas comerciales agresivas, mejorando la calidad de los productos, se podría reducir fácilmente el consumo a un 20% de la cantidad actual. En el desierto de Atacama, en Chile, y en otros muchos, se acumulan toneladas de ropa desechada, mucha de ella aún sin desembalar, reflejo de la locura del mercado global de la ropa.

Tenemos también el conocimiento técnico para hacer una electrónica virtualmente eterna. Hoy en día se diseñan muchos componentes electrónicos que se estropean en un tiempo determinado (obsolescencia programada), a pesar del enorme gasto de recursos y energía que comportan.

Baste con estos ejemplos, entre otros muchos que hay, para demostrar que en realidad es perfectamente posible satisfacer una buena parte de las necesidades reales de la población consumiendo muchísima menos energía, y encima de esta manera se podría hacer de una manera más justa y equitativa de forma global, y combatir el cambio climático, el mayor desafío que tiene la humanidad en la actualidad.

*El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional del Medio Ambiente