El día 5 de junio celebramos el Día del Medio Ambiente. El día 20 de marzo celebramos el Día de la Felicidad. Estas dos fechas aparentemente nada tienen que ver. Sin embargo, algunas conversaciones informales pueden dar mucho que pensar al respecto.

El otro día me encontré con un compañero, profesor de música, y me dijo que cada vez era más difícil que los niños se apuntaran a una escuela de música o acabaran sus estudios en ella. Transcribió lo que los padres le manifiestan: “es que lo que quiero es que sea feliz, que no se amargue o se traumatice…”. Y por eso, en muchas ocasiones, a la menor dificultad, frustración o exigencia de esfuerzo, se borran.

Pero, ¿qué entendemos hoy en día por felicidad?, ¿qué está en la base de todo esto?

Como pedagoga, tutora y docente de música en Secundaria y Bachillerato, con 35 años de experiencia y a punto de jubilarme, llevo toda una vida reflexionando sobre la educación; lo cual tiene que ver, y mucho, con la felicidad… pero, ¿de qué manera?

Estos últimos años he visto cómo cada vez más alumnos sufren depresión, ansiedad y necesitan tratamientos psicológicos. También cómo cada vez les cuesta más tolerar la frustración, tener paciencia, mantener una atención y esfuerzo continuados, saber qué quieren hacer con sus vidas. He notado que se normalizan actos fuera de lo ético (como copiar, insultar o acosar a sus compañeros; facilitado todo ello por los móviles). He visto su angustia existencial hasta en las músicas que muchos de ellos escuchan, o en los bailes, que tienen un componente elevado de agresividad, de movimientos muy mecánicos.

El ejemplo de los padres de algunas escuelas de música enlaza en parte con lo que he ido viendo en mi trayectoria educativa. Lo que subyace en ambos casos es una idea de la felicidad reduccionista, meramente psicologicista (en la línea de los psicólogos positivos o, más antiguamente, de los filósofos epicúreos, estoicos, cínicos…), que evite el sufrimiento, y que tiene mucho que ver con la deriva que está tomando nuestra educación y nuestra sociedad, también en el tema medioambiental.

Muchos grandes conceptos han sido prostituidos en nuestro mundo. Pensemos en el de autoridad: hoy casi siempre se entiende como autoritarismo, que es una de sus perversiones, pero no su significado original, imprescindible para el desarrollo de la personalidad, como dice la psicología evolutiva. El de libertad: no hay más que pensar en Trump, Ayuso y otros líderes de tanto éxito hoy en día…Tampoco se libra el de felicidad. ¿Sucede esto porque no nos paramos a profundizar en nada? Hay también casos claros de manipulación calculada desde diversas instancias políticas, comerciales y tecnológicas (pensemos en el poder que recientemente ha manifestado tener sobre la humanidad el propio fundador de Chat GPT). La felicidad que se nos vende es, como casi todo, light, de consumo obsolescente programado: no dura, ni llena a la larga.

El equilibrio psicológico es condición necesaria para la felicidad del ser humano, como se ha demostrado –por ejemplo– en la pandemia. Pero no es suficiente. Para ser plenamente felices ha de haber un componente existencial, de sentido de la vida. Pero tampoco podemos ser felices al margen de lo que suceda a los demás, de la dimensión ética. Esto se echa de menos en la educación actual, tan tecnologizada, industrializada (sistemas de calidad de dudosa calidad) y burocratizada (informes, cuestionarios y poco tiempo para las relaciones personales).

Lo vemos también en el desequilibrio ecológico al que hemos llegado porque, desgraciadamente, nuestro compromiso con la huella ecológica sólo se da en tanto en cuanto no merme nuestra comodidad individual, sin pensar en el futuro de nuestros hijos y de la humanidad. Tendremos una plaza de parking al lado de nuestra casa pero talarán los árboles que nos dan sombra en verano y belleza todo el año…

El deseo de felicidad es connatural al ser humano y se ha manifestado de diferentes maneras a lo largo del tiempo y en las diferentes culturas. Mis reflexiones van al hilo de las de Jose Antonio Marina que afirma que “la abducción de la moral por la psicología es devastadora, desconecta la felicidad de la ética, con lo que la limita a un bienestar de “sálvese quien pueda”. También dice que el psicólogo Rom Harré nos advierte de que “transferir lo que estaba en la escena moral a la psicológica, aleja a las personas de la responsabilidad”.

En conclusión, Marina nos habla de dos conceptos de búsqueda de la felicidad: la dirigida por los deseos y la búsqueda de la Felicidad con mayúsculas, que alienta la esperanza de una utopía, de una salvación del género humano a través del mantenimiento de lo que tantas reivindicaciones (sociales, políticas y morales) han costado a la humanidad: los derechos subjetivos, derechos que derivan –nada menos– que de la dignidad humana.

Cuando estos derechos son conculcados, dice Marina, lo que aparece es el horror. Lo vimos en el nazismo, lo vemos hoy en las guerras y totalitarismos políticos que nos amenazan y lo vemos en el cambio climático.

En las recientes elecciones, ¿por qué muchas personas (no siempre jóvenes) no han ido a votar? Algunos parece que por puro individualismo, otros porque creen que la corrupción de algunos políticos es la de todos; otros porque navegan en un universo de videojuegos y/o redes sociales paralelo al mundo real (¿están en el metaverso?). Otros votan con las tripas o no se detienen a pensar… Creen que ni la política, ni los movimientos sociales, ni las ONG sirven para nada. Y si encima nos mandan votar en verano… ¡uy qué calor!… estaremos de vacaciones…

Pensemos un poco y dejemos el móvil por un rato. ¿Prima en nosotros nuestra felicidad psicologicista y personal sobre la felicidad existencial y ética del género humano y del planeta?

Los ecosistemas y la naturaleza son un ejemplo de cómo estamos todos interconectados. Actuemos éticamente, en conexión con el género humano y con la naturaleza y no sólo en este día 5 de junio, Día del Medio Ambiente.

*La autora es profesora del IES Plaza de la Cruz y coordinadora del Erasmus + ‘Los sonidos del camino’