Arrasate tenía ganas de darle otro aire al encuentro y encontró el aliento en un zapatazo descomunal. Preparaba los recambios en la banda, la irrupción del Chimy para salsear al partido, y lo cierto es que en esos momentos, a la hora de encuentro, su equipo estaba mejor asentado que nunca. Osasuna se había hecho con el volante en la reanudación, Aimar emergió en el mediocampo, reculó metros, el equipo dejó la presión alta para otros envites y empezó a combinar por dentro con Moi y Torró. El canterano elevó el desempeño de su equipo a otra categoría superior.

Y en ese instante que el duelo viraba de color y en el que Arrasate tenía ganas de meterle más mambo, el equipo movió bien la pelota al costado derecho. Moncayola decidió animarse y le dobló en profundidad a Peña, que llevaba el balón en una buena acometida. Así, en lugar de darle vuelo al de Garínoain, puso el esférico en el área donde Budimir la tuvo a punto de caramelo. Militao se la quitó en suspensión, pero como el balón iba muy tocado, el despeje no fue nada diáfano. El caso es que el balón se paseó hasta el otro flanco, donde Abde encaró a Carvajal y puso un centro rápido que rechazó el lateral. Un balón bombeado cayó como un caramelo al borde del área y Lucas Torró realizó un empalme sensacional. Courtois ni vio la pelota, que le entró por la cepa del poste sin remedio.

Aquella bocanada de oxígeno, que refrendó la labor descollante del pivote alicantino, se gritó como si no hubiera mañana en ese fondo del campo de rojo y en el corazón del osasunismo. El gol más gritado desde aquel de Aloisi que tuvo el mismo final. A partir de ese momento glorioso, Osasuna cambió el tempo que había marcado en ese inicio de la segunda mitad. Si bien se había armado de valor para ir a buscar la final, al igualar la contienda se hizo un paso atrás y el Madrid volvió a tomar los mandos. De hecho, en el minuto 65, el duelo clave del partido, Vinicius contra Moncayola, tuvo de nuevo un enfrentamiento a cara de perro. El brasileño tenía la pelota en la esquina del área, una escena repleta de todos los condimentos que el extremo desea para hacer daño. Le defendía un lateral rojillo condicionado por una amarilla, que tenía apoyos lejanos de compañeros. Y, como acostumbra, Vinicius recortó hacia su izquierda y Moncayola le birló una pelota decisiva. Sin embargo, aquella gran acción defensiva no fue sino el presagio de la pesadilla.

Barja, junto a Torres, se retira del campo disgustado. Javier Bergasa/Oskar Montero

Cambios y gol

Arrasate decidió meterle el bisturí a la contienda. Ancelotti optó por lo mismo. Uno introdujo al Chimy por Budimir. Un punta por otro que no le cambió el esquema. El madridista reemplazó a Rudiger por Tchouameni. Así, metió al alemán como central, Alaba se fue al lateral y Camavinga se posicionó de ancla. Fuera por mera cuestión de los azares del fútbol, o precisamente porque el personal andaba tentándose todavía las media con las sustituciones, la cuestión es que la siguiente jugada a dichos cambios sentenció el partido. Kroos se movió como él sabe en tres cuartos, abrió la pelota a Vinicius que tenía muy aculado a Peña y a Moncayola entre líneas. El extremo blanco tenía ahora el espacio suficiente para encarar y ganar la línea de fondo. Se marchó de Peña, en una jugada como un calco a la del primer tanto, se puso un cuerpo por delante y alcanzó la pelota antes de que se marchara fuera. Todo la defensa navarra llegó a destiempo. Moncayola desvió la pelota solo para elevarla, a Aridane le pasó delante sin poder hacer nada y David García, finalmente, realizó un despeje ineficaz y mordido que dejó el cuero en zona de peligro. Kroos alcanzó el rechace y remató a bocajarro y David, que había salido a cubrir la Cartuja entera consciente de su desatino, se encontró con una pelota que le rebotó en la bota y le dejó a Rodrygo una ocasión pintiparada. El goleador levantó la pelota ante un Herrera que saltó a por él como un descosido pero que le superó con temple. Habían sido doce los minutos en los que duró el aliento y estalló la fiesta. Fueron muy pocos para los merecimientos.

A Osasuna le salió un partido desgraciado, digno y competido, pero repleto de acciones imprecisas y mal defendidas. El rival no iba a permitir semejantes concesiones. Y ese 2-1 que introdujo Rodrygo fue un golpe en la línea de flotación. Al equipo rojillo le sentó incluso peor que el tempranero tanto que abrió el duelo. Si bien ese gol inicial dibujó un plan de partido contrario a lo esperado (el Madrid se aferró a las diagonales largas de Militao como principal salida de balón y Osasuna empezó a dudar si la presión había que hacerla tan arriba), ese segundo tanto terminó por quitarle el aire a Jagoba y sus muchachos. Ya entonces, la cuesta se hizo tan empinada que no hubo forma de escalarla.