Juan Goñi Larrea, pamplonés de 68 años, pegó en 2019 un cartel en el escaparate de su librería: Se traspasa por jubilación.

“La gente entraba con unas lloreras terribles y me pedía que no me fuera. Había llegado mi hora, pero un día agarré el cartel, lo tiré y, a tomar por zacuto, no me jubilé porque en la tienda soy muy feliz con mis clientes y mi música”, recuerda Juan, dueño de la Librería Horizontes, en Paulino Caballero desde 1988.

Ahora sí, echa el telón: “Me da mucha pena. Es que no quiero ni pensarlo. Pero ya he dado el paso definitivo porque llevo 54 años currando, cada día me noto más cansado y me cuesta subir hasta la persiana de la librería”, señala Juan, que está buscando a una persona que mantenga vivo este negocio mítico.

Con catorce años, Juan abandonó los estudios y su madre, “de la montaña y con mucho carácter”, le dijo que si no hincaba los codos se tendría que buscar la vida.

“Fuimos a Gráficas Javier, en la calle Calderería, a preguntar por trabajo. No tuve suerte, pero el dueño, el señor Luis, llamó a la antigua Librería Sánchez Escudero, ubicada en la Plaza de la Cruz”, relata.

Ese mismo día, se dirigió a la librería, donde se enfrentó a un curioso proceso de selección: “Había seis o siete personas. Se apoyaron en el mostrador, como si fuera un burladero, y me preguntaron si me importaba ir hasta la puerta de la tienda y volver”.

El pase de modelos fue un éxito porque al día siguiente a las ocho y media de la mañana ya estaba atendiendo a la clientela.

“Ni le pregunté cuánto me iba a pagar. Tenía 14 años, era un pipiolico y acababa de dejar los estudios. No me podía creer que fuese a trabajar en una de las pocas librerías que había en Pamplona. Estábamos nosotros y La Casa del Maestro, pocas más”, especifica.

Juan trabajó dos décadas en la Librería Sánchez Escudero, que a finales de los 80 cerró por orden de desahucio. “Tenía 34 años y me tenía que buscar la vida”, rememora Juan.

A los meses, compró un local en Paulino Caballero 43, donde se sitúa la coqueta Librería Horizonte desde hace 34 años. “Pagué un pastón. Al principio estuve jodido porque había pedido un préstamo y el dinero que entraba por un lado salía por el otro”, describe.

Juan empezó vendiendo libros infantiles, novelas, artículos de papelería y libros de texto para escolares del Colegio Santo Ángel de la Guarda, Jesuitas, Carmelitas, el Instituto Plaza de la Cruz...

“Con los libros de texto, me daba unas palizas terribles. Esta librería no era como un gran supermercado que te dice ‘este libro no lo tenemos, vaya a otro sitio a buscarlo’. A mí los clientes me daban una lista con seis libros y les daba los seis. Me movía por los almacenes para tener toda la oferta”, apunta. 

Hace siete años, Juan dejó de vender libros de texto y se adentró en el mundo de la música con artículos de regalo: baterías, guitarras y relojes de Guns N’ Roses, AC/DC, Queen, The Beatles, Iron Maiden, Kiss, Led Zeppelin. “El rock me parece acojonante. Cuando era joven, monté un grupo con mi cuadrilla. Ensayábamos en un local y de vez en cuando salía alguna canción”, bromea.

También cuenta con una sección de juguetes: motos, autobuses, carritos de heladero y autocaravanas antiguas de metal; joyeros, puzles, pinturas... “A mí me gusta que los críos se dejen de móviles, tablets y esas porquerías tecnológicas y que se distraigan pintando o resolviendo puzles”, comenta. 

“Psicólogo” del Ensanche

En la Librería Horizonte Juan también ejerce de “psicólogo” con los vecinos del Ensanche y las residentes de la Residencia Religiosas Angélicas.

“Son señoras mayores que vienen a charlar más que a comprar. Enseguida les noto que les falta compañía y que tienen muchas ganas de hablar. Entonces, les pongo musiquilla –sobre todo bachata– y se ponen a bailar. Hay que verlas con el bolso y el bastón, te ríes mucho con ellas. Después del bailoteo, se quedan de maravilla”, confiesa.

También ha sido un hombro para mucha personas. “Este barrio ya está muy mayor. Si no se muere el hombre, fallece la mujer. Son clientes de toda la vida, que tienes mucha amistad con ellos, y conforme entra uno por la puerta solo ya sabes qué ha pasado. Esto es una tienda de barrio que va más allá de vender libros y artículos de papelería”, defiende. 

Esta labor tiene su recompensa ya que se ha ganado el afecto de sus vecinos. "Su cariño vale más que todos los billetes que me pudieran dar porque el aprecio de la gente es lo que te llena de verdad”, reflexiona.