Hola personas, ¿qué tal hemos recibido al frío?, yo, después de tanto protestar contra el verano inacabable, lo he recibido con gusto, abrigo, guantes y bufanda. Esta semana he dado un paseo por una institución señera e importante en el organigrama navarro: la Cámara de Comptos.

Hace tiempo que Fermín Erviti, responsable de comunicación de dicha institución, me había invitado a conocerla a fondo. Esta semana buscamos un día y ha sido hoy, viernes 25, por la mañana, cuando hemos realizado la visita. Veamos.

He salido de casa con tiempo para estar puntual a la hora acordada en el lugar acordado. El camino ha sido lento porque parecía que a mi paso iban saliendo amigos de cada esquina, he saludado y me he parado con Luis, con Asun, con Carlos, con Maxu, con Joe y más adelante he parado con Elena, a este tenor, he pensado, no voy a llegar nunca, todo el margen de tiempo que llevaba se iba esfumando y me he visto obligado a acelerar el paso, solo me he permitido parar un minuto bajo la portada gótica que la iglesia de San Nicolás tiene a los pies del templo, y me he deleitado un rato viendo sus múltiples elementos, sus arquivoltas, su crismón, su ajedrezado jaqués, su cordero, sus capiteles de tema vegetal y el resto de joyas que el hábil cincel del cantero nos dejó hace 8 siglos y aun seguimos admirando.

He atravesado la calle San Miguel, antigua belena ascendida de categoría, y he llegado a la espaciosa plaza de San Francisco, hoy abierto espacio de juegos, ayer sobrio convento, terrible cárcel, burocrático Consejo Real y rígido juzgado. La he cruzado en diagonal y por la esquina del que fue Grand Hotel, el edificio más postinero de todo Pamplona, he llegado a mi destino cuando las 12 sonaban en las campanas de San Saturnino. Puntual a la cita. Me he anunciado ante el encargado de la entrada, que ya estaba sobre aviso de mi llegada, y en un minuto ha aparecido mi cicerone, cicerone de lujo. Antes de entrar en materia mollar hemos estado comentando un poco los elementos que componen el bonito patio medieval que recibe al visitante después de que éste haya atravesado, pisando sobre un empedrado de cantos rodados, un impresionante túnel gótico formado por una maravillosa bóveda de cañón apuntado que da entrada al recinto. En ese patio entré por primera vez, literalmente, de la mano de mi padre que, con espíritu docente, me decía: mira chaval, estás en la casa más antigua de Pamplona.

El patio hoy en día está mimado y cuidado al máximo. Es un cuadrilátero. Tres de las paredes que lo forman pertenecen a la gótica construcción y la cuarta es un rehecho de principios del siglo XX que la Comisión de monumentos de Navarra llevó a cabo. Esta cuarta pared parece ser que se formó con los sillares que se desmontaron de la basílica de San Ignacio al ser retranqueada para dar anchura a la actual avenida. En ella se encastraron las lápidas que daban cuenta de la historia de Íñigo de Loyola. Una ventana geminada con dos arcos trilobulares de procedencia desconocida, y la portada románica de la ermita de San Nicolás de Sangüesa conforman el resto de la decoración que, todo hay que decirlo, está de lo más lograda e imprime carácter al patio que adorna. Un pozo cubierto de hiedra, un antiguo crucero, un escudo del monasterio de Urdax y algún que otro ornamento ponen su granito de arena al satisfactorio resultado final.

Antes de empezar a subir para ver, Fermín me ha explicado la historia de la Cámara de Comptos que os cuento resumida.

Dicha cámara se constituyó en 1365 por orden del rey Carlos II El Malo, seguro que no era tan malo, con el fin de controlar los dineros del reino y el estado de las cuentas públicas. El organigrama que el de Evreux creó se componía de cuatro oidores y dos clérigos que ejercían de notarios. A estos les ayudaban para llevar a buen puerto su encomienda un portero y un cuerpo de oficiales reales que, a base de cachiporrazos y mandobles, conseguían que no se desmandase ni un florín ni medio. La cámara, inicialmente, estuvo instalada en un edificio de la Navarrería, más adelante se instaló tras la iglesia de San Saturnino, cerca de su actual ubicación a la que se trasladó en 1524, cuando Carlos I compró la casa de Pedro de Berio, señor de Otazu e instaló en ella la cámara fiscalizadora de los jurdós y la ceca de Pamplona. El edificio, por tanto, antes de ser lo que es fue una casa particular de un ricohombre de la época. Así fue la cosa hasta 1836 -cinco años antes de la ley paccionada de 1841- en que el ministerio de Justicia, decide suspenderla. El edificio queda sin uso hasta el año 1868 en que la comisión de monumentos instala en él lo que fue el embrión del museo de Navarra. Declarado monumento nacional a finales del XIX, siguió conservando su relación con la cultura porque al viejo museo le sucedió la institución Príncipe de Viana que, en 1940, se instaló en el viejo caserón hasta el año 1995, año en el que la centenaria cámara, recuperada su función en 1980, volvió a instalar sus papeles y lupas fiscalizadoras donde tantos años los tuvo. Así mismo, promovida por la Diputación, albergó en 1950 la Academia del Euskera, donde muchos adultos acudieron a aprender el viejo idioma y en 1952 el pequeño palacio de la calle Tecenderías dio techo al Estudio General de Navarra, germen de la actual UN, que instaló allí su facultad de derecho, primero, y la de periodismo más adelante.

Explicada la andadura del edificio pasamos a conocerlo, la visita fue rápida porque el edificio es pequeño. Tras la entrada y el patio ya comentados, visitamos unos departamentos hoy convertidos en modernas oficinas pero que conservan elementos que nos hablan de su pasado, y a continuación accedimos a unas preciosas escaleras que nos llevaron a la planta noble donde vi algo que desde niño quise ver. Vi lo que se esconde tras las maravillosas ventanas góticas con parteluz que adornan la fachada y me asomé y vi la película desde el otro lado del telón.

Una gruesa columna central con unos curvos sillares da la impresión de sujetar todo el edificio y en torno a ella pivotan salas, escaleras y distribuidores que con un poco de imaginación te llevan a adivinar como sería allí la vida del señor de Otazu, primero, y la función de los oidores después. Un recorrido por la parte nueva de la institución, en la que se lleva a cabo lo más prosaico de su función, cerró la visita.

No hay que ser escribidor para que te abran sus puertas. Podéis ir cuando queráis, están encantados de enseñarlo todo. Vale la pena.

Besos pa tos. l

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com

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