En poco más de dos semanas, el presidente Biden se somete de forma indirecta al dictamen de los norteamericanos y los legisladores pueden –y probablemente verán– ver cambiadas sus perspectivas políticas.

Es porque los 350 millones de norteamericanos pueden participar en las elecciones bianuales para el Congreso, buena parte de gobiernos estatales y todo tipo de cargos locales. La tradición es que el partido mayoritario pierda escaños en estas elecciones a la mitad del término presidencial y, de repetirse esta vez lo que normalmente ocurre, el Partido Demócrata se quedará sin la mayoría parlamentaria, por lo menos en una de las dos cámaras, posiblemente en ambas.

En estos momentos, la ventaja demócrata es ya muy pequeña en la Cámara de Representantes, donde ocupa 221 de los 435 escaños. Basta con que pierda 4 para poner la Cámara Baja en manos republicanas.

Es habitual que el partido en el poder se desgaste en este tipo de elecciones y no hay motivos para prever que este año constituya una excepción, lo que tendrá repercusiones muy negativas para el ya debilitado presidente Joe Biden, que va camino de convertirse en una triste figura decorativa para el resto de su mandato.

La preocupación de su partido es evidente en las diferentes estrategias que va adoptando a salto de mata para tratar de preservar su tenue mayoría, pero la situación podría ser aún peor si, además de perder la Cámara de Representantes, ven también reducida su presencia en el Senado que actualmente está repartido 50-50 para cada partido.

En estos momentos, esto representa de hecho una mayoría de votos demócratas, pues el cargo de la vicepresidencia le permite sumar su voto e al resto de su partido, lo que ha dado a los demócratas la mayoría de un escaño hasta ahora.

Pero algunas previsiones indican que los republicanos podrían ganar hasta dos plazas más. Aunque no sea así, aunque los demócratas consigan mantener la situación actual en la Cámara Alta, simplemente la pérdida de una de las dos cámaras reducirá la capacidad de maniobra de un partido que ha aprovechado su ínfima mayoría para imponer su voluntad legislativa en los últimos dos años.

Los cambios que han llevado al país han sido grandes y parecían más propios de amplias mayorías, pero los demócratas parecían conscientes del riesgo que tenían de perder su ventaja legislativa y trataron de adelantar cuanto podían.

Su mundo está probablemente a punto de cambiar, pero tal vez no han de temer demasiado su nueva situación: varios líderes del Partido Republicano han señalado ya que celebran recuperar la mayoría legislativa, pero que ni habrá represalias por acciones de los dos últimos años que los sectores más conservadores consideran extremas, ni tratarán de impulsar una agenda partidista: su interés radica más bien en la conciliación que la confrontación, han dicho.

Está por ver si, en este ambiente polarizado, semejante actitud gana algo entre las filas de su propio partido, o simplemente aliena a sus votantes más entusiastas, que no verán materializarse las ventajas de tener a sus líderes a cargo del país.

En cualquier caso, a partir del 8 de noviembre, sea cual sea el resultado de los comicios, la política de Washington y de los 50 estados norteamericanos se orientará inmediatamente a la elecciones generales de 2024, sobre las que incluso planea la posibilidad de un retorno del ex presidente Trump quien no oculta su deseo de instalarse de nuevo en la Casa Blanca.