Begoña Alfaro nació en 1982, ya una vez aprobada la Constitución. “Tengo 40 años, no soy joven ya, nos encontramos con un texto que la inmensa mayoría no lo hemos votado. Yo no voy a juzgar con los ojos de hoy la Constitución del 78, quiero pensar que fue la posible saliendo de una dictadura. Entiendo que las constituciones vivas, útiles y que generan un marco legítimo son las que se reforman y las que se adaptan a los tiempos presentes. Considero que las condiciones sociales y políticas han variado radicalmente. La realidad ahora mismo en España es tan diferente de la que había en aquel momento que creo personalmente que el texto carece de cualquier tipo de vigencia. Se ha modificado solo en dos ocasiones muy puntuales, una de ellas con mucha agilidad, porque fue cuestión de una llamada telefónica al dictado de Europa, la modificación de 2011 para anteponer el pago de los intereses de la deuda a cualquier tipo de gasto, incluido el social. Portugal lo ha hecho 7 ocasiones y Suecia en treinta y tantas. Begoña Alfaro piensa que el texto actual no es útil para la ciudadanía y merecería una reforma a fondo, si no abrir un proceso constituyente y votar un nuevo texto, que procesalmente sería más sencillo, incluso”.

Para Alfaro “la derecha se autodenomina constitucionalista, pero selecciona ese constitucionalismo a la carta, se erige como defensora de los artículos más relativos al tema territorial, con una interpretación sesgada, y hace caso omiso a todo lo que tiene que ver con derechos y libertades fundamentales. Ahí es precisamente donde creo que habría que poner el foco en un hipotético escenario de modificación”, dice. Por ejemplo, “elevar los derechos sociales a vinculantes, como la vivienda o a la educación”, o “profundizar en la participación democrática” para no “limitarla al voto cada cuatro años”. O “la regulación de la corona, por ejemplo en la inviolabilidad del rey, romper con figuras anacrónicas que no tienen parangón en otras democracias europeas”, concluye.