Pedro Blanco (Tudela, 1974) lleva 26 años en Madrid, por más que siente, y ejerce, la ligazón a sus raíces. Recuerda una ciudad “muy acogedora” a su llegada en 1996. Pero percibe que en este momento “la forma de hacer política en esta comunidad” y el comportamiento de parte de la sociedad “a algunos nos está expulsando sentimentalmente”. “De momento aquí sigo, pero creo que no para siempre”. Hecha esta primera reflexión, va contestando a las preguntas con su voz y estilo inconfundible, muy familiar para sus oyentes.

Está de permiso por paternidad, y destaca la importancia del avance.

–Por mi segundo hijo. Hace dos años y medio tuve una niña. Entonces disfruté de 12 semanas, y ahora de 16. Para mí, este es uno de los grandes avances en políticas de familia en los últimos años en este país. Los avances normativos muchas veces no van en paralelo a los cambios culturales. Y lamentablemente, esta sigue siendo una sociedad subdesarrollada en términos de crianza y de conciliación. Cada vez que he hecho algún comentario en redes sociales sobre este permiso me he encontrado con gente, la mayoría hombres, que lo cuestionan, pensando más en la empresa que en el padre, dibujándolo como una especie de vago, irresponsable, que penaliza a la empresa con su ausencia durante un tiempo largo. Una parte de la sociedad vive en el subdesarrollo social y cultural respecto a las políticas de familia y crianza.

Término duro.

–Pero he llegado a esta conclusión después de encontrarme con mensajes que jamás creí que leería. Recuerdo uno en Twitter que me dijo: Tú, Pedro con tal de no trabajar, tendrías un hijo uno detrás de otro.

Madre mía.

–Estoy disfrutando de 16 semanas de permiso porque una parte de la política ha entendido que en un país con un grave problema de natalidad, hay que proteger a la familia, pero no en el sentido católico, cristiano, conservador. Yo al menos así no lo interpreto, sino como parte del progreso. En un país en que se discute si las pensiones tienen futuro, ¿tiene sentido que parte de la sociedad cuestione que se facilite la paternidad o la maternidad con políticas progresistas?

“Claro que hay una violencia política verbal, y si existía y no la habíamos conceptualizado hasta ahora está bien hacerlo”

Habrá tenido la oportunidad de volver a colocarse en el lado del consumidor de información. 

–Una de las cosas que nos vienen bien a quienes contamos la información, es convertirnos en receptores de vez en cuando. Lo somos constantemente, pero cuando uno se acerca al consumo de un ciudadano medio, la perspectiva cambia. Y se da cuenta de que, en buena medida, una manera tóxica y tramposa de ejercer el periodismo explica el grado de polarización, crispación, incluso odio, que encuentra sobre todo en las redes sociales. Somos en buena medida responsables de este clima relativamente asfixiante en el que vivimos. 

¿No ha pasado esto con anterioridad, y ahora se visibiliza más?

–Tengo la sensación de que cuando empecé hace 26 años existían diferencias ideológicas, pero había unos límites que no se traspasaban. Hoy día hay personajes que ejercen de periodistas desde seudomedios, que tienen un altavoz casi diario, por ejemplo, en las ruedas de prensa del Congreso; profesionales que construyen su relato desde la mentira. Muchas veces desde el bulo, y siendo conscientes de que lo que difunden es falso. Todos sabemos de quiénes hablamos. Los medios de comunicación, casi todos nativos digitales, que están incumpliendo de manera sistemática las normas básicas de este oficio. Creo que eso se produce porque el ecosistema de medios ha cambiado, y este fenómeno se hace con mucha más intensidad que antes. 

También el ecosistema político es otro, con la extrema derecha. Ya el inicio de la legislatura tuvo una agresividad inusitada.

–Y su desarrollo. El otro día, tras el enfrentamiento en el Congreso entre una diputada de Vox y la ministra Irene Montero, una colega en Twitter reprochaba a Montero que utilizara el concepto de ‘violencia política’, viniendo a decir que debates o discursos encendidos con descalificaciones en el Congreso los ha habido siempre. Pues mire, yo creo que si la intervención de la ministra Montero sirve para poner nombre a lo que siempre ha existido, e intentar que no vuelva a ocurrir, está bien. Claro que es una violencia política, y si existía, y no la habíamos conceptualizado hasta ahora, está bien que se haga. No me sirven que digan que esto ha ocurrido siempre, pues mal hecho.  

¿Por el rango de ataque personal miserable?

–No solo. En el Congreso se han arrojado muertos en sentido metafórico.Eso es violencia política, discursiva, claro que lo es. No física, ni terrorista ni bélica, es verbal. Me importa que se sea contundente en la labor de oposición, pero sobre todo ejemplar. Quiero que los diputados y diputadas a los que pago su sueldo con mis impuestos sean constructivos y ejemplares, que hagan de este país un lugar mejor, y creo que no ocurre en algunos casos.

“Esta legislatura es una de las de mayores avances en política social, y una de las más crispadas y polarizadas”

El concepto ‘polarización’ dibuja dos polos en simetría, lo que no describe perfectamente la realidad. ¿Crispación es un término más ajustado?

–Efectivamente, al hablar de polos situamos en una condición de igualdad a los extremos ideológicos. Eso no es justo ni realista. Ser contundente en la defensa de unos ideales es diferente a ser en ocasiones miserable en esa defensa. Pienso en el negacionismo sistemático que ejerce la extrema derecha respecto a algunas realidades terribles. La violencia machista es una de ellas. Evidentemente, respecto a eso, no hay dos polos simétricos. Por lo tanto, quizás más que de polarización, estemos hablando de crispación. Pero sí tengo la sensación de que estamos en un punto en el que más que confrontar argumentos con el discrepante, acudimos al choque. 

Llevamos tres años en un debate sobre qué es y qué no es el neofascismo, y en qué medida existe. 

–Siendo muy interesante la discusión conceptual sobre qué es o no es hoy la ultraderecha en España, no deja de ser en torno a conceptos que tienen un recorrido histórico. A mí me interesa mucho más el presente que las referencias al pasado, la imprescindible labor de denuncia de los peligros que encierran ciertos discursos, pero en presente. Yo sí creo que Vox con algunos de sus discursos contamina la convivencia. He puesto el ejemplo de la violencia machista, pero podría hablar de la inmigración, de la supuesta inseguridad, de una realidad que se describe insistentemente desde ciertos altavoces políticos y mediáticos, la ocupación, que no deja de ser una falsedad. En este país no hay un problema con la ocupación ilegal de residencias familiares. No lo hay. Los jueces lo dicen, la policía también. La acumulación de todos estos discursos es la que convierte en peligrosa esa forma de hacer política. 

¿Cómo se construye una cultura democrática frente a quien odia o manipula?

–En el caso de quienes nos dedicamos al periodismo, lo que toca es contar la verdad. Describir la realidad frente a su manipulación. Seguro que algún lector pensará: pero si vosotros sois los primeros que manipuláis. Pues mire usted, yo siempre he militado contra los prejuicios. No es verdad que el periodismo sea un cáncer para la convivencia ni que los periodistas siempre mientan o que estén movidos por oscuros intereses. Alguno habrá, yo no. A nosotros nos toca militar en la verdad y en la información accesible y clara.  

“La pandemia supuso para los ultraliberales un momento crítico, porque sus cimientos ideológicos quedaron en hibernación”

¿Y ahí hay exceso de política? ¿Hasta qué punto, por ejemplo, la gente sigue los avatares del CGPJ?

–Creo que vive en una dimensión distinta. No hay nada más baldío y estéril que la política de declaraciones. No sirve para nada. No lleva a ningún sitio. Para algunos políticos y políticas su trabajo es hablar. Otros y otras, y no hablo de ideologías, entienden que buscar soluciones a los problemas. Cuando voy con mi hija al parque no se habla del Poder Judicial, ni de la sedición, ni de la malversación, sino de cosas que tienen que ver con la vida más real para cualquier familia. ¿Lo primero no es importante? Claro que sí, pero en otra dimensión.

Sintetice en segundos la legislatura.

–Una de las de mayores avances en política social, y ha terminado por ser una de las más crispadas y polarizadas de la historia reciente. Cuando la miremos con perspectiva, ojalá desaparezca el ruido, y el poso sea el de los avances producidos, y también los errores cometidos, claro está. 

¿La socialdemocracia ha recuperado brío en la UE en estos años? 

–La pandemia supuso para los ultraliberales un momento crítico, porque durante unos meses el mercado desapareció, el comercio mundial quedó prácticamente paralizado y los cimientos de esa ideología quedaron en una especie de hibernación. Todo el mundo, incluso las ideologías más conservadoras, entendió que había que poner en ese momento a la persona por encima de lo demás, algo que tiene que ver con la socialdemocracia, con el objeto último de ayudar a la gente a superar el trance. Porque no quedó más remedio que pensar en la gente. Y quienes piensan en el mercado a ultranza, piensan más en el mercado que en la gente. Ellos lo negarán. Pero todos sabemos a dónde lleva que el mercado no tenga normas. 

¿Ve comprensible que Marlaska acabe la legislatura como ministro?

–Resulta llamativo, ¿verdad? Y no solo por el último episodio del salto a la valla de Melilla. En la Cadena Ser hemos aportado información muy relevante que demuestra que efectivamente se produjo alguna muerte y algunos heridos en suelo español. Llama mucho la atención que el ministro del Interior esté resistiendo. Entiendo que no solo es él el que resiste, sino que además es el presidente el que decide que resista. Si acaba la legislatura, como parece, lo hará con un desgaste innegable. Cosa por otra parte que le ha pasado a casi todos los ministros del Interior de la democracia de este país, porque no deja de ser una cartera muy comprometida.

“Llama mucho la atención que el ministro del Interior esté resistiendo, que si acaba, como parece, lo hará con un desgaste innegable”

Es triste que en cuestiones de calado el cálculo político esté ahí. 

–Una de las claves es que este no es un Gobierno monocolor. Es de coalición. Todos hemos asistido a las tensiones que se han vivido entre las dos formaciones. Han sido públicas. A veces cuando hablas de eso en Twitter, surgen militantes de uno u otro bando, acusándote de querer contaminar la convivencia del Gobierno. No contaminamos nada, ha sido notorio. Y de hecho en muchos episodios ni siquiera las han querido ocultar. Entiendo que cualquier decisión que se toma sobre un ministro o ministra, no solo se hace pensando en clave socialista, sino de Gobierno de coalición. Supongo que en esto, y en otros cambios ministeriales que hayan podido pasar por la mente de Pedro Sánchez, ese cálculo lo habrá tenido en cuenta. Si abro esta espita, ¿qué se va a escapar por ella?

En 2023 la capacidad de movilizar será importante, pero Yolanda Díaz también aspira a disputar una parte del voto a Pedro Sánchez.

–Yo creo que el perfil de Yolanda Díaz disputará mejor el voto a una parte del espectro digamos más moderado del votante del PSOE que Pablo Iglesias, por ejemplo. Porque tiene otra forma de hacer política, de expresarse y construir su discurso. Este es el espacio de contradicción aparente. Va a ser muy interesante el proceso electoral que se ha abierto ya. Estamos en campaña, desde ahora hasta final del próximo año. En la derecha, hay algo que las encuestas están diciendo ahora, muy interesante desde el punto de vista politológico, que es el escaso aguante que parece tener el tirón de Núñez Feijóo como líder. Que está habiendo una especie de pequeño efecto suflé, y se está adelgazando esa ilusión que despertó en una parte de los votantes de esa derecha. A ver qué ocurre, porque si Vox está en horas bajas, Ciudadanos desaparece y Núñez Feijóo no consigue tener el arrastre que parecía tener al principio, las cosas se empiezan a igualar en cuanto a lo que las encuestas decían hace dos o tres meses.