Fernando Sánchez Aranaz (Donostia, San Sebastián, 1953) recorre dos siglos de historia de un movimiento sociopolítico muy popular y hoy “prácticamente” irrelevante. Tal vez porque como él mismo escribe, a pesar de esa capilaridad, salió “vencido de todas sus sublevaciones”, incluido del golpe del 36, que para el carlismo “derivó en una derrota más”. Hablamos con este antiguo militante carlista en la segunda mitad de los setenta, de este libro, publicado por Mintzoa, y a la venta este domingo con DIARIO DE NOTICIAS. Escrito desde su triple condición: la de historiador, escritor y periodista.

Un movimiento en su día tan arraigado no se puede considerar ajeno. 

–Fue un fenómeno rural principalmente. En 1830 la población rural era el 80%. El paso del Antiguo Régimen al liberal supuso un cambio total. Y en el mundo rural ese cambio fue mucho más lento que en el urbano, entre otras cosas, porque los que lo llevaron a cabo, los protagonistas, fueron las élites, que eran urbanas. Incluso el caciquismo tenía las raíces en lo urbano. En todo caso, era muy distinto el mundo rural del sur, de Extremadura o de Andalucía, que el nuestro, por la estructura de la propiedad. Aquello era el latifundio y esto lo contrario. Y eso influyó también en el arraigo del carlismo.

Un fenómeno histórico que tuvo un declinar bastante abrupto.

–Además del retroceso de la población rural, en el que se fueron perdiendo rasgos culturales, la iglesia católica también ha sufrido ese declive en los últimos 50 años, y el carlismo siempre ha estado muy unido a la iglesia. Más allá del conflicto dinástico, don Carlos, Carlos V en su época, se comprometió desde el principio a defender una serie de cosas, entre otras, la autoadministración desde abajo a arriba, y el liberalismo hacía todo lo contrario. El caso vasconavarro resulta curioso, porque el problema, según se dice, es la ley sálica, pero en un país como el nuestro, que ha tenido tantas y tan buenas reinas, resulta raro que la cuestión fuese esa. En resumen: las razones por las que estalló este conflicto no fueron desde luego dinásticas, aunque luego se pusieran como excusa. 

Fue entonces una cuestión social.

–Social, económica y cultural, con el tema foral, en los territorios que conservaban algún autogobierno, como los nuestros. Navarra todavía era reino. Los otros tres territorios tenían sus fueros, y la Corona de Aragón (Catalunya, Aragón, País Valenciano) los había perdido hacía un siglo.

Yendo al siglo XX. Explíquenos la escisión que hubo entre el componente vasquista y españolista en un carlismo que bascula entre un estatuto común y el golpe del 36.

–El carlismo en realidad nunca presentó un programa político concreto, hasta los años setenta. Protestaba y luchaba contra lo que no le gustaba. Ese carácter disidente lo ha tenido siempre también entre sus filas. La República fue bienvenida por los carlistas, entre otras cosas porque dejaba fuera de juego a Alfonso XIII. El anticlericalismo, las quemas de conventos e iglesias y los ataques ideológicos a la religión provocaron un cierre de filas y una convergencia entre el carlismo y las escisiones que había tenido anteriormente, y se llegó la Comunión Tradicionalista, en la que los dirigentes venían de estas escisiones. Llegó el 36 y se recurrió otra vez a la respuesta violenta. Como compañeros de viaje, los que habían sido siempre los enemigos del carlismo: las oligarquías económicas, la burguesía urbana y el ejército. 

El giro autogestionario y socialista fue un viraje potente.

–Sí, pero tiene sus raíces en lo que había defendido el carlismo siempre. A partir del año 68, cuando el carlismo entró en conflicto más directo con el franquismo, con la expulsión definitiva de Carlos Hugo, se intentó hacer un partido, lo que el carlismo se había negado a ser siempre. La autogestión se explica perfectamente por el derecho pirenaico y normas consuetudinarias que había en nuestros pueblos. Eso se llama también socialismo, y choca con mucha gente que lo entendía como algo bolchevique. Aquello se hizo en poco tiempo, y no llegó a todos los carlistas. La gente estaba muy desconcertada, salvo las minorías más militantes.  

¿Qué opinión tiene de los papeles conocidos sobre Montejurra 76?

–Dicen lo que sabíamos todos. Aquello fue una cuestión organizada desde las alturas. Un ataque de gente armada contra gente que no tenía más que sus bastones. Con dos muertos. Aquello creó todavía más desconcierto. En 1977 se presentó una candidatura en Navarra llamada ‘Montejurra, Federalismo, Autogestión. Después, en 1979, Carlos Hugo se presentó como candidato a diputado por Navarra, que no salió por unos 900 votos. Entre los mismos carlistas, que querían que ese señor fuera rey de España, había quien se preguntaba qué pintaba como diputado. Eso quitó muchos votos. Después, antiguos carlistas pasaron al Partido Socialista, al Partido Comunista, a la izquierda abertzale... en muchos sitios.

Su libro reproduce una foto de cuando miembros del Partido Carlista pusieron una ikurriña en 1977.

–Allí estaba yo. Fue el 27 de abril de 1977. Yo estuve 4 años militando. Cuando vi que aquello no tenía futuro como organización política lo dejé.

Hoy parece una marca condenada a la extinción.

–Bueno, sí, le queda una generación.

En suma, ¿cuál es la pretensión de su libro?

–Quitar esa sensación que tiene la gente poco informada o desinformada que se queda con la imagen de ese carlismo de la guerra y de después del 39. A Joaquín Beunza, carlista de la Rochapea, lo fusilaron en el fuerte de Guadalupe en el 36. Fue uno de los fundadores de Euskaltzaindia y de Eusko Ikaskuntza. En la guerras pasan cosas de esas. Hubo gente, otra no, que fue engañada. Que se pensaba que aquello era un golpe de Estado que iba a durar una semana o 15 días como mucho. En todo lo horroroso que pasó en la retaguardia, había carlistas, pero generalmente eran falangistas y gente de la CEDA.