El crepúsculo de las ideologías fue leitmotiv en los noventa. La socialdemocracia, antes y después de la Caída del Muro de Berlín, fue tomando un color apastelado y la derecha pasó por un pulido de puntura. Ya en este siglo, la erupción en el Estado de una ola de hartazgo supuso un impulso a la izquierda del PSOE. Un verbo y una primera persona del plural acapararon la novedad. Surgió Podemos, y más tarde un matiz, Unidos Podemos, todavía con o, que acabó contribuyendo a la caída del PP, y ya en femenino acordando con el PSOE un Gobierno de coalición. 

Hoy, en otro movimiento pendular, la derecha española camina exorbitante, como en el final de Felipe González o el de Rodríguez Zapatero. Esta vez los indicios de cambio de ciclo no se derivan de un Gobierno agotado, ni de un líder noqueado, pero sí de un ambiente mediático similar al de mediados de los años noventa o al clima de 2011. Sánchez conserva los reflejos, ha convocado rápidamente elecciones, para mantener la tensión y llamar al progresismo a una especie de segunda vuelta y tratar así de evitar la caída. En un discurso bien armado el miércoles en el Congreso, constató la existencia de una “poderosa corriente reaccionaria”, de una “derecha extrema y extrema derecha” que “están envalentonadas”, tienen “resortes poderosos”, y “más medios y recursos”. ¿Diagnóstico tardío?

OPOSICIÓN FRONTAL

Una conjunción de factores puede acortar de cuajo la etapa de Sánchez en la Moncloa. La derecha perdió hace 5 años el poder con el escozor de una moción de censura y la imagen lacerante de un sillón vacío. Al año siguiente, en las Generales de abril, la extrema derecha obtuvo 24 escaños, y en la repetición de noviembre 52. La correlación mediática, tremendamente decantada, recibió de uñas la doble victoria del PSOE en 2019, triple contando las autonómicas y municipales. Finalmente, la conformación de un Gobierno de coalición inédito, al que se resistía el propio Sánchez, hizo tocar a rebato a los sectores más conservadores y neoliberales, lanzados a taladrar el relato progresista, a esquilmar los matices, y a hormigonar un imaginario de blanco y casi todo negro, de nacionalismo español iracundo y neoliberalismo puntiagudo. 

El choque entre cambio, conservadurismo y reacción es patente desde hace un lustro, en una sociedad estresada por las crisis y necesitada de desahogos y aparentes certezas. Esa tensión la explota la derecha mediática. Su caja de resonancia ha propulsado al ayusismo, aznaridad perfeccionada, que hoy tracciona al Partido Popular y alimenta de paso a Vox. La batalla cultural, más que sesuda, va untada de espectáculo y entretenimiento, servida en televisión y en las redes sociales. 

COMO UN HILO MUSICAL

El ideario de extrema derecha ha anidado en la conversación pública y privada. Los marcos más toscos resultan estrambóticos para la mayoría social, pero otros funcionan como un hilo musical de fondo que conforma un ambiente. De nacionalismo español excluyente, sentido de pertenencia o clase, y hasta estética y estilo, sobre sedimentos varios. La de una generación criada aún en una idea de España unívoca y no democrática, de falsa tranquilidad batida con desmemoria y nostalgia de juventud. Abuelos que han pasado muchas horas con sus nietos. Otra, la generación siguiente, formada en la expectativa del progreso continuo, el Nuevo Orden Mundial y el fin de la historia. Y una última, la de muchos jóvenes, que han mamado adanismo y frustración. Un caldo de cultivo propicio, entre crisis y zozobras varias, para que haya calado una idea de transgresión involutiva, que ve en la cohesión social socialismo. Esa ola de convalidación y reconocimiento de la extrema derecha, aunque bastante más débil, ya ha llegado a Navarra, con dos escaños de Vox en el Parlamento, trampolín de ingresos y visibilidad.

  

ORDENO Y MANDO

Hay irritación entre mucha gente acomodada. La democracia extiende las oportunidades, reparte el poder y amplía el progreso. Tres ideas que desplazan a los custodios de un viejo orden clasista, de ordeno y mando y marketing poderoso, aunque su libertad se desmienta a sí misma. También ahora les nutre el vómito viral. “Que te vote Txapote”, vituperio que Díaz Ayuso hizo suyo, acumula 452.000 resultados en Google. Esa baza, alimentada por la cuestión de las listas de EH Bildu en la última campaña, no la va a soltar la derecha.  

SIETE SEMANAS

 Para que el progresismo tenga opciones el 23-J debe caerse de la higuera, mostrarse consistente, y cortar con cualquier tentación de levedad o automplacencia. Esos defectos, tan del PSOE en muchos momentos, no son ahora mismo imputables a Pedro Sánchez, o no en la mayor parte. Queda mes y medio para que esta experiencia de Gobierno de coalición, con su bloque de apoyos clave, demuestre por separado y en conjunto que está a la altura del envite. 

La preguntas clave es si Sánchez tiene la batalla perdida o si es capaz de salir vivo de esta. Puede depender de si Yolanda Díaz, deprisa y corriendo, ata un acuerdo con Podemos, o de si los socialistas son capaces de hacerse con parte del electorado al que se dirige la ministra, por ejemplo en Catalunya, feudo histórico socialista. Al fin y al cabo, la política laboral de Díaz ha estado presidida por Pedro Sánchez, y la va a capitalizar. 

En esta encrucijada es fundamental el papel de la navarra Ione Belarra, que este junio cumple 2 años como secretaria general de Podemos. Otro navarro, Santos Cerdán, del círculo irreductible de Sánchez, acompañó al presidente del Gobierno español la noche del domingo en la que se tomó la decisión de ir a elecciones el próximo 23 de julio. 

Por cierto, si no hay cambios de última hora, la sentencia del Tribunal General de la Unión Europea sobre la inmunidad de Carles Puigdemont se conocerá el 5 de julio, antevíspera del comienzo de campaña. ¿La podría condicionar?