El invierno es la estación del año en la que más foco de atención se pone en el sistema inmunitario y, en consecuencia, en cómo protegerlo de la bajada de temperaturas. Sin embargo, las altas temperaturas del verano también pueden interferir en la salud y en la capacidad para combatir infecciones. El calor favorece la deshidratación, disminuye el apetito e impide dormir bien. Tres factores que debilitan las defensas de nuestro cuerpo, aumentando así el riesgo de sufrir infecciones y enfermedades respiratorias, además de agravar algunas patologías crónicas respiratorias y cardiovasculares. Tambien, el estrés térmico es otro de los factores que afectan al sistema inmunológico y que aparece cuando el cuerpo no es capaz de deshacerse del exceso de calor, aumentando la temperatura corporal y la frecuencia cardíaca. Puede ocurrir después de una exposición prolongada a temperaturas intensas, como durante una ola de calor. Estudios realizados en animales demuestran que este tipo de estrés puede repercutir en la capacidad del sistema inmunitario para combatir las infecciones y generar una respuesta eficaz a la vacunación.

¿Cómo saber si tus defensas están bajas?

El sistema inmunológico es el responsable de protegernos frente a sustancias nocivas como bacterias, virus, hongos y parásitos, evitando así posibles infecciones o enfermedades. No obstante, en ocasiones es posible que se debilite y por ello que esté expuesto ante estos agentes externos.

Un sistema inmunológico puede estar debilitado por diferentes motivos: llevar una mala alimentación, cambios de temperatura frecuentes, exposición a contaminación o padecer enfermedades que afectan al sistema inmune como la anemia, entre otras. Cuando esto pasa, el cuerpo suele mostrar algunos indicios como cansancio permanente, caída de cabello, infecciones, alergias, resfriados o cicatrización lenta de las heridas. 

Para evitar estos síntomas, los expertos recomiendan dormir bien, reducir el nivel de estrés, llevar una dita saludable y una correcta higiene. 

La falta de sueño nos hace más vulnerables a los virus

Si las noches de verano son muy calurosas pueden dificultar la calidad del sueño. Una función inmunitaria óptima requiere un sueño adecuado, ya que las personas que no tienen un sueño de calidad o que no duermen lo suficiente son más propensas a enfermar tras exponerse a un virus, como el del resfriado común.

No se han dilucidado todos los mecanismos bioquímicos y fisiológicos por los que la privación del sueño afecta a la función inmunitaria. Algunos están relacionados con cambios en la producción de citoquinas (moléculas de señalización inmunitaria) y con cambios en las hormonas del ritmo circadiano (cambios físicos, mentales y de comportamiento que experimenta un cuerpo en 24 horas).

Tanto las citoquinas como las hormonas (cortisol, hormona del crecimiento etc.) afectan a la interacción entre las células presentadoras de antígenos y las células T helper, un proceso necesario para la formación de la memoria inmunológica. Además, la privación del sueño puede afectar a la adhesión de las células T a las células infectadas por virus o a las células cancerosas, debido a un aumento de la adrenalina y la noradrenalina.

Alimentación saludable

Mantener en forma el sistema inmune requiere un consumo constante de las vitaminas y minerales necesarios. De lo contrario, aumenta la probabilidad de contraer infecciones. Y, en verano, nuestro sistema inmune necesita que adaptemos la alimentación, teniendo en cuenta que con el calor, el desgaste calórico y la deshidratación son mayores. Además de evitar realizar comidas muy copiosas, así como el consumo de bebidas alcohólicas, muy azucaradas o que contengan cafeína, es recomendable consumir alimentos más ricos en agua y vitaminas A, C y E, como son las frutas, verduras y hortalizas. Decantarse por los cítricos, el melón, el melocotón, la piña, el pepino, el calabacín, la sandía, el tomate, la zanahoria o la lechuga siempre es una buena idea, así como recurrir al uso del ajo, el jengibre o especias como la cúrcuma, el comino, el orégano o la pimienta para condimentar los platos por sus propiedades antioxidantes, antiinflamatorias. 

Y, por supuesto, tomar una media de entre 2 y 2,5 litros de agua al día para que nuestro cuerpo funcione correctamente.

El sol, un gran aliado

No hay que olvidar que la vitamina D, que solemos asociar al mantenimiento de los huesos, es un gran aliado en el refuerzo del sistema inmune. Interviene fortaleciendo el sistema defensivo y ayudando a prevenir infecciones, a pesar de que su función principal es regular la cantidad de calcio y fósforo. 

Esta vitamina es escasa en los alimentos; se produce de forma natural en el cuerpo cuando la piel se expone al sol. 

Nuestro cuerpo produce vitamina D cuando nuestra piel se expone a la luz solar, pero debido al estilo de vida moderno (pasar demasiado tiempo en interiores y cubrir nuestra piel), la deficiencia de vitamina D es muy común incluso en países soleados. 

A pesar de que los protectores solares con factor de protección solar muy altos pueden bloquear la síntesis de vitamina D, no se recomienda poner en peligro la piel para obtener la dosis óptima. Se desconoce el tiempo exacto de exposición al sol necesario para satisfacer las necesidades diarias, ya que depende de muchos factores, como el tipo de piel, la hora del día, la estación del año y la latitud en la que se encuentre. 

En general, se considera suficiente exponer nuestras manos, antebrazos y piernas sin protección durante 5-10 minutos al mediodía o 30 minutos por la mañana o por la noche.

Asimismo, los alimentos enriquecidos con vitamina D y los suplementos ejercen un papel importante para ayudar a las personas a lograr un consumo óptimo.