DIARIO DE NOTICIAS ofrece este domingo con el periódico el libro Centenario de la Plaza de Toros de Pamplona. Recoge en 452 páginas la historia de la Monumental de la capital Navarra en su 100º aniversario. La publicación, que sale a la venta por 29,95 euros, hace un repaso de la tauromaquia desde sus orígenes y detalla las 5 plazas que ha tenido Pamplona: la Plaza del Castillo, la primera exenta, la provisional que se montó dos años, en 1850 y 1851, en lo que hoy es la Plaza del Vínculo, las dos construidas en lo que ahora es el arranque de Carlos III y, la actual”. La segunda parte del libro recoge todas y cada una de las reseñas de los más o menos 1.163 festejos de lidia y muerte que se han celebrado.

La antigua Casa del Toril. | FOTO: ARAZURI

El origen de los espectáculos taurinos en la ciudad tiene su origen en lo que es hoy el corazón de la ciudad. Hasta tener el aspecto actual, en la Plaza del Castillo se fueron edificando o renovando viviendas desde el siglo XIV. La primera construcción relacionada con los toros fue la Casa del Toril en torno a 1612, que hoy coincidiría con el portal número 37. Los corrales de la plaza de toros y los balcones para autoridades se situaban en el mismo lugar que ahora ocupa un restaurante de comida italiana y antes una entidad bancaria.

El número 37 de la Plaza del Castillo | .

En la planta baja del edificio se ubicaban los corrales. Para cuando se habilitó la Casa del Toril para funciones taurinas ya habían pasado, advierte Sagüés, casi dos siglos y medio de avatares taurinos en el espacio que hoy ocupa la Plaza del Castillo.

En realidad la afición a correr y sortear astados de nuestros antepasados se pierde en el tiempo. “Posiblemente en los siglos XII y XIV se corrían y encerraban los toros para su lidia por distintas calles del entramado medieval y en espacios abiertos extramuros, pero aledaños a la ciudad. O, más en concreto, por las calles o espacios abiertos de alguno o de los tres barrios o Burgos. Tierras que también se conocieron como “de nadie’. Si se sabe que desde el Privilegio de la Unión de 1423 las funciones de toros pudieron encontrar más acomodo en esta plaza tras la paz y progresivo derrumbe de los muros internos de los Burgos. El lugar más lógico, por su céntrica ubicación, para dar toros fue este gran espacio donde se erigió más de cien años antes el castillo del rey navarro Luis de Hutín”, rememora Sagüés.

Las primeras corridas en una Plaza del Castillo muy distinta a la actual se remontan por tanto a al menos 600 años. Se montaba para la ocasión un improvisado ruedo y gradas con tablones donde el público observaba el espectáculo taurino desde los balcones de los edificios que se fueron construyendo.

“La estructura para el público y el espacio para la lidia venía a situarse dentro del ángulo recto comprendido desde el quiosco central entre las escalerillas actuales de bajada a la calle San Nicolás al oeste de la plaza y el Café Iruña, en el centro del lado norte, cerca de la actual calle Chapitela.

Edad media

El espacio cerrado para los toros correspondería a parte del espacio exterior y quizá también del interior del castillo de Luis de Hutín (construido por Luis Hutín en 1310 y que tomó la plaza como patio de armas). Están bien documentadas las primeras funciones taurinas en la Plaza del Castillo en 1385”, asegura. Según el autor, ya en la Edad Media “la esencia y emoción de la tauromaquia estaba muy arraigada” en la ciudad. “Árabes, judíos y cristianos; los autóctonos navarros, aragoneses, castellanos… ninguno de ellos se posicionó en contra del intrínseco valor del sentimiento popular emanado de la fiesta de los toros. Y sobre la Iglesia, como se puede ver en el primer capítulo del libro, hay numerosas escenas y guiños taurinos que albergan los capiteles, pinturas y esculturas de la Catedral de Pamplona. ¡Cuántos curas se remangaban los hábitos para torear! Sí hubo prohibiciones puntuales desde Roma y de algún obispo y virrey, pero nunca pudieron con el fervor popular por lo taurino”, revela. “Siempre he pensado que cuando se prohibían los toros era por controlar más a la ciudadanía y que en estas manifestaciones taurinas no hubiera protestas o contra los ocupantes del Reino o por conflictos sociales más que por seguridad u otros motivos”, agrega.

Esa primera plaza ya aparece “bien estructurada y montaba con su suelo apto para la lidia” en el siglo XVI. “Y eran carpinteros quienes construían unas estructuras de madera que hacían las veces de localidad para el pueblo soberano, siempre ávido de emociones y con muchas ganas de juega. Las balconadas y arcos de las viviendas hacían las veces de palcos donde, además de los habituales moradores, tomaban asiento las autoridades municipales, el virrey de turno y su séquito, regidores, prebostes y personal adinerado capaz de pagar los altos alquileres por la ocupación de los mejores lugares”, explica el crítico taurino.

Corrida en honor al patrón

Desde 1591 los fastos en honor de San Fermín comenzaron a celebrarse el 7 de julio, coincidiendo con la feria tradicional que se desarrollaba del 29 de junio al 18 de julio. Según Sagüés, “el Ayuntamiento organizaba con entusiasmo la corrida extraordinaria en honor al patrón. Para ello, encargaban a su veedor la contrata de la materia prima en tierras de Tudela y otras poblaciones de la Ribera de Navarra”. A diferencia de lo que ocurría en otros cosos, los toros eran de propia casta navarra y no de otras estirpes fundacionales del toro de lidia. Asimismo, esta plaza fue “el inicio y santuario de los primeros matatoros a pie y no a caballo, como era práctica en otras ciudades más meridionales”. Otra diferencia, ya entrados en el siglo XVII y XVII, y antes de aparecer los recintos taurinos exentos, es que las grandes ciudades celebraban los espectáculos en las plazas mayores.

En Pamplona, aunque la del Castillo ejerció de plaza principal, arquitectónicamente no estuvo diseñada como tal; su construcción y forma irregular fue un largo proceso intentando buscar una uniformidad imposible. Todas las viviendas de la plaza daban entonces a las calles Estafeta y Pozoblanco. Otra singularidad que apunta el crítico taurino es que la Casa del Toril se construyó por primera vez con la fachada hacia la plaza. El espectáculo comenzaba hacia las tres de la tarde y se corrían, toreaban y mataban, a partir de 1620, entre 10 y 20 toros de pura sangre navarra. “Eran festejos de larga duración que, cómo no, obligaba a un receso para dar buena cuenta de las viandas acarreadas hasta la plaza para la merienda”, relata.

Se calcula que en los momentos de mayor esplendor, con las gradas de madera de quita y pon que se acondicionaban y los nuevos edificios que se fueron erigiendo con mayor altura, el recinto pudo llegar a albergar más de cinco mil espectadores.

El escenario servía también para otros tipos de festivales y celebraciones culturales como dantzas, teatro y espectáculos de pirotecnia, incluido el zenzenzusko. A su vez está documentado, indica, que gremios artesanales estaban al servicio de la fiesta de los toros y de otros espectáculos y celebraciones culturales y religiosas, subraya.

Encierro

Pocas personas conocen que hasta 1843, inclusive, el encierro subió por la calle Chapitela. Desde la Rotxapea el trayecto del encierro giraba a la derecha después de atravesar la plaza consistorial para entrar en el recinto taurino y en los corrales. Los primeros encierros datan del siglo XVI. La manada se dirigía a caballo desde los corrales del Baluarte de la Rochapea hasta allí. Era lo que se conocía como la ‘entrada’, expone Sagüés.

El nombre de encierro comenzó a utilizarse desde 1856, cuando hacía ya 13 años que la Plaza del Castillo dejó de utilizarse como coso taurino. Su inicio era a las seis de la mañana, pocos minutos después de amanecer, que lo hacía hacia las seis menos veinte. En el siglo XVI los vaqueros que guiaban con sus caballos a los toros desde los sotos vieron como poco a poco los mozos de la ciudad se unían y corrían delante o a la altura de la vacada. Así ha sido hasta hoy.