“A mí me ha matado en vida. Tengo tres hijos más y tengo que luchar por ellos, pero siempre me falta él”. Itziar Loinaz se refiere a su hijo Julen, asesinado por su padre el 1 de diciembre de 2011 en el barrio donostiarra de Ondarreta como venganza hacia su mujer por haber tomado la decisión de divorciarse. “Estos personajes tienden a machacarnos a través de lo que más queremos: nuestros hijos”, señala. Es lo que se conoce como violencia vicaria, una de las formas más extremas de la violencia machista, que el año pasado dejó 7 víctimas mortales. “Arrastras ese dolor para toda la vida”, sostiene.

Los 11 años que han transcurrido desde el asesinato de Julen, que entonces tenía 13 años, la vida de Itziar Loinaz y sus hijos ha sido un auténtico calvario. Al trauma insuperable de la pérdida de su hijo y hermano, la familia tuvo que vivir con escolta durante cinco años y medio, hasta que Luis Serrano entró en prisión en 2017, y arrastran una deuda acumulada por él que les impide llevar una vida normalizada. “Estábamos casados en régimen de gananciales y su deuda me quedó a mí. Él es insolvente, pero a mí me embargan la nómina desde hace años. No me llega ni para tomar un café”, lamenta Loinaz.

La sentencia que condenó a Luis Serrano a 19 años de prisión también le obligaba a pagar 314.000 euros a su familia en concepto de indemnización, sin embargo, Itziar Loinaz y sus hijos no recibieron un solo euro. Ni lo reciben. “Me dejó con una mano delante y otra detrás”. La mujer denuncia sentirse desamparada. “Al principio me dieron una ayuda por violencia de género, pero se han olvidado de mi caso, de mí. He podido subsistir gracias a mi familia. ¿Sabes lo que duele no poder regalarles nada a tus hijos por su cumpleaños?”, subraya. “Estoy muy cansada de tocar fondo. Siempre me dice mi madre: venga, el año que viene será mejor. Pero es que llega y es lo mismo”, se lamenta.

Vivir con miedo

Itziar Loinaz vivió cinco años y medio con miedo y ese miedo es muy difícil de borrar. Y es que desde el asesinato de Julen hasta la sentencia, Luis Serrano “se paseaba tranquilamente” por Donostia, mientras la familia se veía obligada a vivir con escolta.

“Les quitó la libertad a los niños, no podían andar en bici, en patinete, tenían un coche frente al colegio cada día. Llegaba yo con mi escolta, les recogíamos y nos íbamos a casa. Los primeros años no iban ni a extraescolares. Mis hijos estaban privados de ir a un lado u otro para no cruzarse con él, mientras que él podía andar tranquilamente por la calle”, explica la mujer.

Itziar Loinaz asegura que “ese miedo no me lo quita nadie”. “Voy por Donosti y aún voy con miedo, voy mirando quién se me acerca por la derecha, por la izquierda. Es un suplicio”, sostiene. Y ese miedo aumenta si piensa en el futuro: “Sé que está trabajando para bajar su condena por buen comportamiento. Y yo me pregunto: el día que le den un permiso, ¿qué?”, concluye.