De niño practicaba natación a diario, pero se quedó a dos décimas de participar en un campeonato estatal y colgó el bañador a los 12 años. “Después de ese duro entrenamiento y de una dieta estricta, nadie te prepara para modificar tu alimentación y comencé a ganar peso. Posteriormente mi madre falleció de cáncer y comencé a refugiarme en la comida para tapar mis problemas de ansiedad”. Así explica cómo llegó a pesar 187 kilos Federico Luis Moya, director ejecutivo de la asociación de pacientes bariátricos y obesidad ABHíspalis Nacional.

En sus peores momentos, este santanderino de 40 años, empleado de mantenimiento en un grupo hotelero, ingería 18 donuts con dos litros de Coca-Cola cada día después de cenar. “Me encerraba en la tranquilidad de mi habitación y realizaba ingestas descontroladas de comida. Mi cuarto era como mi mundo ideal, en el que los problemas se quedaban tras la puerta y la comida me calmaba la ansiedad. Era una manera de autoengañarme”, reconoce.

Lo más duro de aquella etapa, dice, fueron “las dos mañanas en que tuve que despertar a mi padre para que me atase los cordones. Me tenía que ir a trabajar y ya era incapaz. En ese momento vi claramente que debía de comenzar un cambio serio y que ya era hora de tomar las riendas”. Lo hizo sintiendo que él era “el único culpable” de su obesidad, aunque con el tiempo aprendió que “esta es una enfermedad crónica en la que influyen muchos factores”. El estigma añade carga a la espalda de estos pacientes. Federico lo vivió en carne propia incluso en centros sanitarios. “Desde el momento en que entraba por la consulta de mi médico de familia, nada más verme, abría el cajón y me daba la dieta fotocopia, la misma para todos. Tras un año de continuas consultas y derivado de padecer otra enfermedad, conseguí por fin que se me enviara a endocrinología. Además, tuve que soportar de muchos especialistas médicos la famosa frase de Cierra la boca y anda, que se dice, por desgracia, con mucha ligereza”, lamenta.

La cirugía bariátrica a la que se sometió en 2014 le permitió empezar a adelgazar, pero no obra milagros. “Es una gran ayuda para las personas con obesidad, pero deben saber que tienen que cambiar sus hábitos de vida, realizar actividad física y tener una alimentación saludable. En mi caso la mayor dificultad fue el periodo de comenzar con los alimentos sólidos, ir aprendiendo qué cosas sientan bien o mal y, sobre todo, a controlar la cantidad de agua a beber”, detalla. Mirarse al espejo, tras perder cien kilos en un año, es complicado. “He estado más de la mitad de mi vida con obesidad y no fue fácil acostumbrarse a mi nueva imagen. Hoy en día, en algunas ocasiones, me cuesta comprar mi talla de camisa actual. Suelo coger dos o tres tallas más de la que me corresponde. A veces tampoco calculo los espacios. Pienso que no puedo pasar entre dos coches y los rodeo, cuando puedo pasar perfectamente”, confiesa y aclara que “esto sucede en los centros hospitalarios donde no existen unidades multidisciplinares de obesidad. Donde sí existen se trabajan a fondo los aspectos psicológicos”.

“Existe la gordofobia”

Como prueba de que “existe la gordofobia”, el director ejecutivo de ABHíspalis señala que “muchas veces se responsabiliza a la persona con obesidad de su estado de salud por falta de información y por no profundizar en los problemas que han llevado a esa persona a padecerla”. A ello contribuye, añade, “que la obesidad no está considerada como una enfermedad y esto hace que la sociedad, en general, caiga en este grave error de culpabilizar a la persona”.

Respecto a la tendencia de aceptar todos los tipos de cuerpos, incluidos los que se enfundan en tallas grandes, Federico destaca que las personas con obesidad sufren “una enfermedad crónica y multifactorial que sigue siendo la principal causa de desarrollo de diabetes tipo 2, es causa de trece tipos diferentes de cáncer y se relaciona con más de 200 comorbilidades asociadas, así como con un aumento de la mortalidad”. Con todo ello, “me parece correcto aceptarse a uno mismo, pero siempre que se haga teniendo claro los problemas de no tratar una enfermedad tan grave como la obesidad”.