Gudari Azkarate, recibo la noticia de tu pérdida cariacontecido y con flojera en mis piernas. Escasos días atrás, fui a visitarte porque te habías roto la cadera. Estaba contando los días para ir volver a visitarte el día tu cumpleaños, el próximo día 18, apuntado en la agenda. Pero me quedaré con tu inmejorable recibimiento. Cuando iba a irme, tras regalarte mi nuevo libro en el que protagonizas una de las biografías, me lanzaste con el delicado hilo de voz que tenías una frase que queda tatuada en mí: “¡Gorriti, seremos amigos hasta la eternidad!” y agradeciste el bolígrafo que quise que se quedara a tu lado, tinta para seguir escribiendo tu vida. La frase nos emocionó tanto a tus hijas como a mí.

No estabas enfermo. Te recuperabas de la caída y ya querías retornar de Busturia a tu Bermeo del alma para reengancharte a la cuadrilla y al poteo, a tu normalidad diaria. Y hoy –por ayer-, de pronto, cuando aún te soñaba en rehabilitación, el infortunio.

Muere Juan Azkarate, el último gudari de mar (itsas-gudaria), el último empleado de la Marina de Auxiliar de Euzkadi, de la que era una eminencia el malogrado Juan Pardo que también conociste en actos de homenaje. Último también del PNV. Tras tu despedida, solo queda, que conozcamos, un combatiente del Ejército del Gobierno Provisional de Euzkadi vivo: Mateo Balbuena, de vitales 109 años, teniente del batallón Leandro Carro del Partido Comunista. Restan, además, dos gudaris del Batallón Gernika que luchó en Francia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial: Javier Brosa, donostiarra residente en México, y Miguel Arroyo, burgalés afincado en Iparralde. No quedan más soldados del Lehendakari Agirre, a quien, Juan, te topaste en tres ocasiones en tu periplo durante aquella maldita guerra.

Ficha de la Jefatura de Marina de Guerra de Juan Azkarate

Falleces en un cuerpo convertido en cuero curtido por las circunstancias. Héroe anónimo, has hecho gala de un cerebro que sorteaba olvido e, incluso, perdón sincero. Todo ello, a pesar de que sufriste una poco civil guerra tras el golpe de estado militar de 1936.

Aconteció, poco después de perder a tu madre, ahogada en la famosa barra de Mundaka que hoy celebran los surfistas. Eran días de huelga de panaderos en su pueblo y volvía de jornada de recados a Gernika-Lumo en barco. Evocabas que el cuerpo apareció sin vida en Laga. Sumabas doce años.

Tan solo dos calendarios después, Azkarate fuiste bautizado como gudari, de los más jóvenes. Tenías solo 14 años -te lo permitieron tras afiliarse al PNV y a SOV/STV- y una cara de retaco impresa en su ficha de la jefatura de guerra. Tu padre, mientras tanto, también se sumó a luchar contra el fascismo, se inscribió voluntario a construir trincheras.

Amigo Juan, conociste Mar, Tierra y Aire. Tres también, fueron las veces que acudiste al lehendakari José Antonio Aguirre. Sufriste los campos de concentración de Argeles e Irun. Cárcel en Larrinaga, Bilbao. Fuiste testigo de altos mandos que, de algún modo, “nos traicionaron. Es más, a políticos y otras personalidades ricachuelas les facilitaban el exilio”, reprochabas siempre tú que has hecho gala de muy buena planta, incluso a los cien años.

Fuiste gudari del bou Araba y del José Luis Díez. Fuiste camarero segundo y también ayudante de ametralladora en el primer bacaladero camuflado de guerra. Navegaste asimismo en el Euskal Herria. Pasaste hambre en la España republicana. Perdiste todo contacto estando en Francia y pensaste, desarraigado, hacer tu vida lejos. Te sonaba bien ir a Venezuela, adonde no llegarías. Coincidiste con Olaizola, tío del famoso Néstor Basterretxea -exalcalde de Bermeo-, y con el pintor Barrueta. Y saliste vivo de bombardeos como el de Barcelona o Granollers.

Homenaje a Juan Azkarate, último itsas-gudari, en 2022 en Bermao. Irekia

Como antifascista vasco –deseabas que la sociedad eliminara el temor a utilizar la palabra antifascista- te viste obligado a andar un día y una noche entera para ir al campo de concentración de Argeles, al grito de “alez, alez”, y con golpes de culatas de rifle si te detenías, propinados por los senegaleses encargados del lugar. La vida, curiosa ella, acabada la guerra te llevaría con tu empresa de atúnidos a Senegal.

Siendo presidente de la Sociedad Azkarate Hermanos sufriste en el país subsahariano la explosión de un compresor que te dejó invidente por un mes. Incluso mantenías la ceguera cuando regresaste al pueblo natural de los que se saludan al grito cariñoso de txos. Sin embargo, “la guerra, lo sufrido en mi vida, no fue dolor en comparación con cuando murió mi mujer el 8 de marzo de 2011. Yo era el primero que hubiera ayudado a que falleciera. Padecía alzhéimer y no hubo un día que no estuve con ella. Cada día le ponían un tubo. Aquello sí fue horrible”, comparabas con todos tus desastres sufridos en la guerra y te emocionabas. Emocionabas.

Tus dos brazos aún portan las iniciales tatuadas de Rosario Etxebarria Zulueta, aquella redera que conociste al día siguiente de salir de la cárcel bilbaina de Larrinaga, con la que compartiste siete décadas. “Si me preguntaban los franquistas qué significaba el tatuaje E.R., yo les decía que El Rey”, sonreías secando dolor visual brotado desde ese corazón.

Mal estudiante y buen dibujante

Juan Azkarate (Bermeo, 18 de junio de 1922) comenzabas a relatar en primera persona tus avatares con un llamativo “nació la guerra el 18 de julio de 1936, yo tenía recién cumplidos 14 años”. Eras un niño "espabilado" -sonreías-, hijo de Felipe y Anastasia. Tuviste nueve hermanos, pero al morir tu madre ahogada ya solo quedaban, por diferentes circunstancias, cinco vivos. “Me llevaron a verla al cementerio. Dolor, sentí mucho dolor. Recuerdo de noche, que los coches del pueblo se acercaron a Mundaka a alumbrar con sus luces la mar para ver si se podía rescatar a alguien. Mi madre sabía nadar, pero las corrientes…”, silenciabas.

Un año antes, con trece años, ya él mismo decidiste abandonar el colegio y ayudar a tu aita en el puerto. “Era mal estudiante y buen dibujante”. Con el golpe de Estado ni te lo pensaste: “Yo voy a la guerra”, dijiste ante tu profesor republicano. “Esa suerte tuvimos con Don Gerardo Jiménez”, levantabas la voz y el dedo índice. Te dieron un “jersey de invierno hecho a mano” de la Marina Auxiliar de Guerra del Gobierno vasco y te alistaron en el bou Araba. Te pagaban 400 pesetas al mes. Sin cumplir 15 primaveras ya eras gudari. El bou Araba fue a dique seco y en un principio lo derivaron a un submarino, pero acabarías en el navío José Luis Díez, y en Burdeos. “Los mandos del barco se pasaron, como Goikoetxea, al bando de Franco y nos devolvieron a España, a Santander. El viaje fue entre cortinas de humo, una hora de combate a oscuras. Ganábamos por velocidad. Nos habían traicionado como el que luego inventó el Talgo”, evocabas.

Allí, te enviaron al Estado Mayor de Fuerzas Navales del Cantábrico. De ordenanza en tierra. “No conforme, me fui adonde el lehendakari Aguirre. En euskara le dije que quería volver a los bous. Pero me mandó a El Sardinero”. Sin embargo, con los franquistas allí, en el Euskal Herria, fuiste a Asturias. Y en un mercante volviste a Francia. De allí, a Barcelona. Y volviste a visitar a Aguirre, quien te recordaba y te mandó a estudiar al mejor colegio, pero “no me aseguraban la comida”. Y volviste por tercera vez adonde “José Antonio”, exclamabas. El lehendakari te destinó al consulado de Cuba. “Pedí que me pagaran, y me dijeron que 250 pesetas. Yo ni quería acabar en Cuba ni ese dinero, por lo que me fui”, enfatizabas. Acabaste en Aviación como “único vasco en Girona”, matizabas. Más adelante, llegó el horror de los campos de concentración tras no aparecer un mugalari en una misión especial. “Éramos 50.000 en la playa de Argeles”. Y de Irun, los franquistas te trasladaron a Larrinaga. Al salir libre, conociste al amor de tu tatuada vida: “E.R.”. Ahora te perdemos, sin embargo, te despedimos con orgullo de tu entrega, generosidad, y lo más difícil en el mundo: ser ejemplo para la paz. Agur, txo!