Los vecinos de las proximidades del portal 24 de la calle Paulino Caballero miraban ayer a lo alto del bloque afectado, de cuatro plantas y con comercios en su planta baja, con un compendio de sensaciones, pero ninguna de especial sorpresa. Estaban más bien sumidos en la impotencia, la tristeza y la resignación por una situación que se veía venir desde hace tiempo, según comentaron varios vecinos. En los bajos del edificio, tres de los comercios (una joyería, una tienda textil y otra de flores secas) permanecían cerrados a la clientela. La techumbre de los portales colindantes, en la calle Tafalla, 24, y en Paulino Caballero, 22, también llegó a afectarles el fuego aunque en mucha menor medida. Y pudo ser mucho peor. Por suerte, un joven veinteañero que regresaba a una casa cercana de madrugada se percató de la presencia del fuego y fue avisando puerta por puerta a los vecinos. Seguramente les salvó de sustos aún mayores. Los problemas en el bloque de originan a raíz del fallecimiento de una mujer mayor que vivía en el edificio que pertenecía a su familia. Ocurrió hace unos dos años y, con una herencia con alguna discrepancia, en el bloque acabó viviendo un sobrino con ciertos problemas, asegura el vecindario que conoce el caso. A él le atribuyen la responsabilidad de haber creado el edificio en una especia de okupación o de casa de realojos, donde al parecer se alquilaban pisos y habitaciones de una manera clandestina, manifiestan en la zona.

Pero la desgracía, como exponía el vecindario, se intuía que estaba cerca de llegar. Uno de los vecinos más cercanos al foco del fuego, Miguel Moreno, del 4º derecha del número 22 de Paulino Caballero, tiene los tabiques de su casa que dan precisamente al bloque incendiado y al punto de origen del fuego.

“Llevaban toda la noche a golpes. Mi mujer me despertó de madrugada, dijo que olía a humo. Salimos a la ventana y salían llamas del edificio”

Miguel Moreno - Vecino del cuarto piso, número 22 de Paulino Caballero

En la noche del viernes al sábado apenas pudo pegar ojo a ratos. Una vez le sobresaltaban los golpes y las discusiones, hasta que en plena madrugada su mujer le despertó y le dijo que “olía a humo, era ya un olor bastante fuerte. Nos levantamos y salimos a la ventana, y entonces ya se veían llamas que salían del edificio de al lado. Era algo que se veía venir. Ayer mismo habrían entrado más de 20 personas en ese edificio. Y a lo largo de la semana ya había habido mucho jaleo, hay personas que convivían en ese edificio que no se llevaban bien, había como dos clanes que estaban siembre a la gresca. La Policía habrá estado aquí 40 veces a lo largo del año por las molestias que causaban a los vecinos. Conocemos al propietario, sabemos de los problemas que existen, pero esto ya se había ido de las manos. Era evidente que iba a ocurrir algo así”.

Moreno, que vive con su mujer y su suegra, había tenido que cambiar la habitación de esta última de ubicación, puesto que el fuego había afectado a la techumbre y, por la mañana, con la lluvia, le entraba agua. No tuvieron que ser desalojados. Al mediodía, Miguel saludaba al vecindario afable y deseaba que el barrio siguiera siendo barrio pese a que el edificio se hubiera quedado en la ruina.