MADRID. Hace días que nos lo repiten desde las instituciones: para frenar la propagación del coronavirus, "quédate en casa". El confinamiento domiciliario, ya obligatorio, es inédito para todos y complicado para muchos, pero para algunos es directamente imposible por la cruda razón de que no tienen un hogar en el que quedarse.

Son un colectivo extraordinariamente vulnerable ante la pandemia y son multitud: varios estudios cifran entre 30.000 y 40.000 el número de personas sin hogar en todo el país.

En su último recuento, en abril de 2019, el Ayuntamiento de Madrid contabilizó 2.772 personas sin hogar, de las que 650 dormían habitualmente en las calles de la capital. Probablemente sean muchas más, después de un año marcado por la inaudita oleada de refugiados y solicitantes de asilo.

Entre ellos está Franklin, venezolano aterrizado en España hace cuatro meses, que encontró cobijo el viernes pasado en un albergue público. Desde entonces ha salido del edificio una sola vez, para pedir comida en una iglesia.

Aunque le angustia verse "confinado en un cuarto" y critica no haber recibido "ni mascarillas, ni antibacterianos, ni guantes ni nada", recuerda que en la calle estaba "totalmente desprotegido", además de desprovisto de capacidad adquisitiva alguna por la paralización de los trabajos en negro que representaban su única opción económica.

"A todas las personas que están en situación de calle las están tratando de confinar en cualquier hueco que encuentren, pero no hay espacio suficiente para todos", afirma Franklin a Efe.

Este venezolano tiene una preocupación adicional: es paciente oncológico, especialmente vulnerable al coronavirus, y teme el momento (llegará en tres semanas) en que le toque ir al hospital a por su medicación.

"Nos hemos dado cuenta que han pensado en último lugar en las personas sin hogar. Y somos personas muy desprotegidas y que llevamos encima mucha discriminación social", cuenta Miriam por teléfono desde el centro de Cáritas Madrid donde está alojada.

Miriam reconoce sentir "un poco de agobio" ante lo que se ha convertido en "monotema" global, que además representa una carga extra sobre "una situación ya de por sí mala", al bloquear el proceso de integración social de los sintecho por la imposibilidad de buscar trabajo o concretar citas con profesionales.

Otras consecuencias son más palpables, incluso físicas. "Para mí uno de los principales problemas es que, al estar todo cerrado, no puedo ir al baño a ningún lado. Llevo unos días intentando comer lo menos posible durante el día para evitar tener necesidades", explica Eduardo mientras ordena sus bártulos en un banco del centro de Madrid.

La rutina de este sudamericano es simple: pasar el día en la calle e intentar acceder a los albergues de la campaña del frío por la noche. Celebra enterarse, pues lo desconocía, de que el Ayuntamiento abrirá 24 horas esos recursos de acogida y que se están montando 150 camas en Ifema para acoger a personas sin síntomas de coronavirus.

La desinformación (sobre la enfermedad, sobre la situación, sobre las posibles soluciones) es otra problemática clave. "Tienen miedo, porque no conocen la realidad de lo que puede suponer esta infección, y porque muchos están en situación irregular y la presencia de las fuerzas de seguridad agrava la situación. No saben a quién acudir o si tienen que pedir permiso a la policía para estar en la calle", indica el director de la ONG Kif Kif, Javier Navarro.

Lamenta, además, "que tenga que venir una pandemia para finalmente se hayan puesto a dar respuesta a las personas que están en situación de calle".

Alicia, con una renta mensual de apenas 372 euros, vive angustiada estos días, aunque pudo hacer acopio de provisiones en el restaurante que tiene la asociación Mensajeros de la Paz en la calle Bravo Murillo.

El idioma o el recelo hacia la administración son barreras adicionales para las personas sin hogar.

Ana es una mujer rumana que suele pedir en la puerta de un supermercado de Madrid. Apenas habla español. ¿Dónde está pasando los días? "Aquí, como siempre". ¿Dónde está yendo a dormir? "Al parque". ¿Y el coronavirus? Hombros encogidos, mirada indiferente. "¿Coronavirus? No sé".

"No me voy a preocupar por el coronavirus si mi problema es que no tengo dinero para vivir", comenta María, que frecuenta otro establecimiento de la zona. No quiere oír hablar de camas en Ifema ni de recursos ampliados. "De toda esa gente no me creo nada, yo me quedo a dormir aquí", espeta señalando una pila de cartones.

Casi igual de crítica es la situación de aquellos aún bajo techo a quienes la paralización económica está empujando al abismo de la calle: es el caso de Olger, otro solicitante de asilo (colombiano en este caso), alojado provisionalmente en casa de un amigo, cuya precaria situación está amenazada por la falta de ingresos y agravada por "las inquietudes y la incertidumbre" sobre la pandemia.

"Me da miedo tener que quedarme en la calle", declara por teléfono, al tiempo que manifiesta la intranquilidad que le producen las restricciones al movimiento decretadas por el Gobierno: "Lo último que quiero en esta situación de pedir asilo es una llamada de atención o una multa que pueda perjudicar mi expediente".