Así, teóricamente, la guerra es entre tres - la tribu yemení de los houti contra la alianza de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. En realidad es un conflicto a cuatro ya que el Irán apoya más que generosamente a los houti para minar indirectamente el protagonismo saudí en el mundo islámico.

Y, teóricamente también, esta guerra engendrada hace ocho años largos por la injerencia saudí en la política yemení, debía haberla ganado en un periquete la alianza de Riad y Abu Dabi, potencias riquísimas y con arsenales de armas modernas, ya que se enfrentaba a una tribu del más pobre de los países árabes.

Pero no ha sido así. Al igual que los éxitos, los fracasos tienen múltiples causas y en la guerra yemení las principales fueron la deficiente preparación militar y espíritu combativo de las tropas aliadas. Los fracasos iniciales se agravaron con el paso del tiempo al prestar Teherán a la tribu yemení toda la ayuda posible sin tener que intervenir directamente en el conflicto. En especial, el suministro de drones y misiles de alcance medio y corto, así como el adiestramiento de los yemeníes en el uso de estas armas ha hecho bordear el ridículo al Ejército saudí.

Hasta aquí el análisis de esta guerra se ha ceñido a lo estrictamente material : armas, dinero, adiestramiento. Pero queda un factor decisivo, pero no tan evidente : la capacidad de sacrificio de los combatientes.

En este campo el desequilibrio es abrumadoramente favorable a los yemeníes. Gente endurecida por las penurias de siglos, sin casi nada que perder, luchan con pasión y astucia. Sus rivales, en cambio, saben que tienen en casa una vida muelle que perder y no saben muy bien por qué tienen que luchar en el Yemen. Consecuentemente, pelean mal, pendientes más de la propia inmunidad que del desarrollo de las batallas y escaramuzas.

Todo esto sería anecdótico si ocurriera solamente ahora en el Yemen. Pero un repaso somero de la Historia - desde las guerras púnicas hasta las del Vietnam y Afganistán - revela que nunca se ha ganado una guerra sin disponer de unos soldados convencidos de la causa por la que luchan y con una enorme capacidad de sacrificio. O, por lo menos, conscientes de que si quieren sobrevivir no tienen más alternativa que la de vencer. Julio César y Hernán Cortés lo sabían muy bien cuando quemaron las naves...